A corazón abierto: capítulo 1

novela a corazón abierto

A corazón abierto: capítulo 1

Gravlaks

 

 

La enorme cocina estaba atestada de gente, todos se habían reunido en el centro neurálgico de la casa para cenar. Los hijos de Maia, ya en pijama y repeinados, correteaban de aquí para allá todavía con fuerzas pese a esquiar todo el día en la nieve. Jana, la madre de Erik, tejía una bufanda de lana gruesa mientras conversaba con Maia, ya sentadas a la mesa. Corbyn leía, o al menos lo intentaba, un periódico local.
Pero ella solo tenía ojos para Erik.
Inés sonrió con la visión conocida de su espalda; aquellos vaqueros le marcaban el culo de tal manera que su boca se hizo agua. Trabajaba muy concentrado, cocinando algo que olía a las mil maravillas, y se acercó para averiguar de qué se trataba; lo abrazó desde atrás con fuerza, con las palmas abarcando sus pectorales, y aprovechó de acariciarlo. Era irresistible.

¿Qué es? Huele delicioso. —Se puso de puntillas y hundió la nariz en su cuello. El aroma de la piel cálida se mezcló con el del vodka y el eneldo que flotaban en el ambiente. Cerró los ojos durante unos segundos para disfrutar de la sensación.
Gravlaks. Salmón marinado en sal, azúcar, vodka y especias. Te gustará.

Inés observó sin perder detalle por encima de su hombro. Una pieza del pescado, bastante grande y de un color anaranjado, comenzaba a distinguirse entre el menjunje que lo cubría.

Hay que limpiarlo bien de la mezcla —explicó Erik, retirando la capa de azúcar negra con precisión de cirujano—, y después cortarlo en lascas muy finas.

No podía apartar los ojos de sus manos. Aquellas manos que tantas emociones  sensaciones generaban en ella. Una punzada de deseo recorrió su cuerpo y cerró los ojos. Llevaban tres días en casa de su madre y, con tanta gente alrededor, era imposible estar un minuto a solas. Aunque adoraba a la familia de Erik, echaba de menos aquellos días que habían pasado solos en los iglús de cristal.
Perdió el hilo de las explicaciones de Erik sobre el Gravlaks. Sobre todo, porque utilizaba muchas palabras en noruego. Verlo en su hogar la había conmovido: sonreía más, su acento se tornaba más cerrado y recurría a más palabras en su lengua natal.

Dímelo otra vez —suplicó Inés, sin saber muy bien a qué obedecía la petición.
¿Qué cosa, liten jente?
Dime que me quieres. En noruego. ¡Me encanta cómo suena!

Erik soltó un gruñido de fastidio y no dijo nada. Siguió limpiando el salmón, pero Inés cazó el atisbo de una sonrisa traviesa en la comisura de sus labios y en el hoyuelo de su mejilla. Sus ojos azules refulgían en pura diversión.

Vamos. Dímelo —insistió, pegando los pechos a su espalda y frotándose con suavidad.

Pasó las manos por debajo de la camiseta gris de manga larga que llevaba y notó sus abdominales contraerse con la caricia. Él volvió a gruñir cuando deslizó las yemas de sus dedos por los pectorales y jugueteó con los pezones perforados. Inés ronroneó al notar que sus defensas se debilitaban.

Porque tengo las manos en el salmón y no puedo defenderme —dijo con tono amenazador—, pero espera a que me las lave. Te vas a enterar.
Venga, ¡dímelo otra vez!
No —dijo Erik por fin—. Pero no te preocupes. Si cambio de opinión, ¡ya te lo haré saber!

Inés rezongó fastidiada, al tiempo que retorcía sus pezones con un pellizco que lo hizo encogerse con un gemido de placer y dolor.

¡Eh! ¡Que hay niños delante! —dijo Maia, riendo.
Inés se dio la vuelta, roja como un tomate. Se había olvidado por completo de que todos estaban allí.
¡Perdón! —musitó, hundiendo el rostro en la espalda de Erik, que reía a carcajadas.

Pronto el plato estuvo listo y se sentaron a cenar. En cuanto Inés se acomodó en la silla, Olle se apoderó de su regazo pese a las protestas de Erik para que se fuera a su sitio. A ella no le importaba, le había costado mucho ganarse a aquellos diablillos. La pequeña Emma se encaramó en las piernas de su abuela mientras que Anders, serio y circunspecto como un viejecillo, se acomodó en su silla y comenzó a untar queso en el pan y a ponerle las lascas del salmón marinado.
Inés los observaba en aquel galimatías de inglés, noruego y castellano que se entremezclaba en la conversación. Veía el amor en los ojos de Jana al mirar a su familia y notaba que con ella todavía tenía algunas reticencias. Cuando Emma se durmió en sus brazos, Maia se la llevó a dormir.

Vamos. ¡A la cama! —dijo a los gemelos.
Inés recibió un beso apasionado de Olle en la mejilla.
¿Tengo que ponerme celoso? —dijo Erik en broma. Se levantó también y dio a su madre un beso en la frente y otro a Inés en los labios—. Te espero arriba, estoy muerto.

Aquello le dio la oportunidad de charlar un rato con la madre de Erik a solas. Tenía una belleza serena y cálida. Su pelo rubio era más bien gris, sin tintes ni mechas. Su rostro, con unos ojos verdes iguales a los de Maia, estaba cercado por una fina red de pequeñas arrugas de expresión. Sus labios lucían una sonrisa reservada.
Inés se levantó a hacer un té. Sabía que a Jana le gustaba tomar una taza antes de dormir, y quizá así la mujer revelase lo que tenía en la cabeza. Por un momento, solo se escuchó el entrechocar de los palillos metálicos de su labor de lana y el vapor de la tetera eléctrica al hervir el agua.

Jana —tanteó. No se sentía muy cómoda manteniendo en inglés una conversación que presentía complicada, pero el español de la madre de Erik no era mejor que su noruego—. ¿Ocurre algo? Siento… —decidió ser asertiva, y puso cuidado de limpiar sus palabras de cualquier brusquedad—. Siento que algo te preocupa, que quieres decirme algo.

Se sentó junto a ella en la mesa y esperó. De pronto, los ojos de la madre de Erik brillaron. Su sonrisa se tornó algo trémula y su voz sonó emocionada.

Es solo que ahora sé que Erik no volverá jamás a casa. Tengo la certeza. —Inés sintió cómo un nudo atenazaba su garganta—. Esperaba que alguna vez regresase con nosotros, pero ¡te quiere tanto, tanto! Su lugar está junto a ti.

No supo qué decir. Sus palabras la conmovieron en lo más íntimo y acabó por levantarse y abrazarla con fuerza. Jana se echó a reír.

¡No hagas caso de esta vieja sentimental! —dijo para disipar la emoción que las embargaba—. Hace mucho tiempo que no tenía a todos mis hijos juntos, pero entiendo a Erik. Entiendo por qué se ha prendado de ti.
Yo también lo quiero muchísimo —respondió Inés en un hilo de voz—. No sé si te sirve de algo, pero así es. Cuando el año pasado estuve a punto de perderlo, lo supe con claridad. Mi vida está junto a él.

Se miraron a los ojos y sonrieron con sinceridad. Las reticencias se desvanecieron en el aire con aquella conversación. Jana sorbió el té y siguió con su tejido.

Ve. No lo hagas esperar. Yo me quedaré aquí un poco más.

Inés le dio un beso en la mejilla como habría hecho con su propia madre y una punzada de nostalgia la invadió. No sabía nada de sus padres desde aquella llamada loca en el aeropuerto, cuando esperaban el avión que los llevaría a París y de ahí a Oslo. Les envió un mensaje por el móvil solo para decirles que los echaba de menos.

Cuando llegó a la habitación, Erik leía a Joël Dicker sobre la cama, enganchado por completo a la novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Le dio un beso breve en los labios y fue a sentarse al alfeizar de la ventana, con la ilusión de volver a ver una aurora boreal.

Hoy no vas a ver nada —dijo él tras unos minutos en que la contempló con expresión divertida.
¡No seas aguafiestas! —replicó ella, y le sacó la lengua. Volvió a asomarse al balcón acristalado con esperanzas renovadas—. Maia me ha dicho que muchas veces se ven desde la ciudad.
Sí, pero hoy está nublado. —Dejó el libro en la mesilla y se acercó hasta ella. Se abrazaron—. Mañana quizá tengas más suerte. Vamos a la cama.

Se tendieron juntos en la pequeña cama de Erik. Era de dos plazas, pero de las más estrechas, y se les hacía pequeña.

Por fin un poco de paz —gruñó él, haciéndola reír—. Estos días les haces más caso a los enanos que a mí. ¡Hoy me has ignorado todo el rato en la montaña!
Era todo parte de un plan —dijo Inés en tono conspirador, y se estrechó contra su costado—. El plan de cansarlos hasta que cayeran rendidos en la cama y nos dejaran tranquilos esta noche.
—¡Qué maquiavélica! Me gusta tu plan.

La sonrisa de Erik cambió y se tornó insinuante. La sostuvo de las caderas y tiró de ella hasta tumbarla encima de su cuerpo. Inés abrió los muslos para rodearlo y cruzó las manos sobre su pecho.
Se besaron con calma. Sin prisas. Con la convicción firme de que tenían toda la vida por delante para perderse en la boca del otro. Inés retiró el flequillo rubio de su frente y recorrió los relieves de su rostro con la yema de los dedos. Él desabrochó el cinturón de seda que ceñía su bata y la deslizó por sus hombros. La calefacción estaba al máximo, así que no se metieron bajo la ropa de cama.

Te he echado de menos —murmuró Erik sobre sus labios—. No hemos estado solos desde que llegamos a la ciudad.

La camiseta de tul ribeteado en raso dejaba entrever sus pechos, y recorrió la línea de sus clavículas antes de adentrarse bajo la tela para acariciarlos.

Y yo a ti. Estaba malacostumbrada a tenerte para mí sola —reconoció ella, entre besos que calmaban su adicción. Se regodeó en el contacto, blando y a la vez firme, de la boca masculina—. Aunque tu familia es adorable.

Erik sonrió. Estaba fascinado por la manera en que Inés se había metido en el bolsillo a todos. Excepto a su madre. Unas arrugas de preocupación cruzaron su frente.

—¿Te ha dicho algo mi madre cuando os habéis quedado solas?

Inés alzó un poco el rostro y dudó de si contestar. Le había parecido un momento tan íntimo entre ellas que no quería revelarlo.

Está un poco preocupada porque cree que ya nunca más vas a volver a Noruega —dijo al fin, bajando la mirada—. Y dice que la razón es… el amor que sientes por mí.
Nadie conoce más a su hijo que una madre —murmuró Erik, y volvió a sumergirse en su boca con pasión.

Inés reprimió una exclamación de sorpresa cuando él la giró, placándola bajo su peso. Sus besos se tornaron más hambrientos, con un tempo más acelerado.
Ella hundió los dedos en la espesura de su melena rubia, otra vez larga, y soltó un jadeo. La boca masculina recorría su cuello, generando el placer de un millón de agujas que rozaban su piel por la barba descuidada que lucía aquellos días. No se defendió cuando la despojó del pijama, y ella tironeó de la camiseta hasta desnudarlo también. Se abrazaron con frenesí, con hambre, con lujuria. Inés abrió los muslos para acogerlo en su interior y él se acomodó sobre los antebrazos, preparando su acometida.
De pronto, una vocecita curiosa en inglés los interrumpió, dejándolos helados.

—¿Vais a tener sexo?

Erik rugió en pura desesperación.

—Anders! Svarte Helvete! Kom deg ut her, akkurat na!!

El pequeñajo no se inmutó al ver su tío desnudo. Se encogió de hombros y se hurgó la nariz mientras que Inés se ponía la camiseta de Erik, conteniendo la risa ante sus palabras y sin saber dónde meterse.

—¡No te preocupes, onkel Erik! Ya sé todo lo que hay que saber —dijo con solemnidad—. Mamá nos ha enseñado, y en el colegio también.
—Es natural. No pasa nada —se añadió otra voz. La de Olle, que se había unido a su hermano con su oso polar de peluche colgando de la manita.

Erik soltó otra sarta de palabrotas, los cogió a los dos de la mano con suavidad pero con firmeza, y se los llevó hacia la habitación de sus padres. Inés salió tras él, escandalizada.

—¡Ponte algo encima! —resopló, intentando contener las carcajadas—. ¡Estás en pelota picada!

Él volvió sobre sus pasos, echó un vistazo rápido a la habitación, y acabó por envolver sus caderas con la bata de tul y seda de Inés.
Toda la casa se había levantado. Emma frotaba sus ojitos desde el quicio de la puerta de su abuela, las dos asomadas para ver qué estaba pasando.

—¡Diles a estos dos que tienen que llamar antes de entrar a las habitaciones de los demás! —dijo, enojado y con el rostro ya de color fucsia a su hermana—. Unos minutos más, y nos pillan en pleno… En pleno…

Maia lo miró, al principio sin entender, y luego soltó una carcajada.

—Tus sobrinos no son tontos. ¿Te crees que Corbyn y yo no tenemos sexo? ¡Solo tienes que decírselo! —dijo riendo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Erik, bajando revoluciones y desconcertado.
—Díselo. Que Inés y tú necesitáis pasar tiempo a solas, porque sois novios.
—Lo entendemos —dijo Anders, con aquella voz de viejecillo prematuro—. Vais a amaros mucho.
—Eso es —afirmó Erik ante la seguridad resuelta de su hermana y sus sobrinos—. Inés y yo vamos a amarnos. Mucho. ¡Buenas noches!

Ella estaba medio escondida tras la espalda masculina, escuchando todo aquello sin saber dónde meterse. Estos noruegos eran demasiado avanzados para su mente convencional. Cuando se cerraron por fin las puertas de todos, volvieron a la habitación entre risas. Pero en su cama había una nueva inquilina.

Emma dormía con el pulgar en la boca, acurrucada bajo las sábanas, y solo se veía aquel pelo rubio de matiz rojizo de los niños de Maia. Erik miró al techo y soltó un suspiro. Se quitó la bata de Inés y se la tendió.

—Dame mi camiseta, anda. Mejor me pongo el bóxer.

Inés se echó a reír en voz baja y se puso también el pijama.
Los dos se tumbaron a ambos lados de Emma, con mucho cuidado de no despertarla. Estaba preciosa. Las largas pestañas reposaban sobre las mejillas regordetas y se chupaba el dedo como si fuera un bebé, aunque ya tenía casi tres años. Con cuidado, Erik le retiró el pulgar de la boca y ella compuso un puchero en sueños, se dio la vuelta, y volvió a chuparse el pulgar.

—Déjala —susurró Inés, enternecida al verlo con su sobrina—. No le hace ningún daño y aún es pequeñita. ¡Ya lo dejará!

Estaban frente a frente, los dos con la cara apoyada sobre el codo, con la pequeñaja entre ellos. Inés apartó los mechones atravesados sobre el rostro infantil y él se quedó prendado de la fascinación con la que Inés miraba a la niña.

—¿Te apetece mucho ser madre? —preguntó con precaución. Habían hablado de manera muy tangencial sobre el tema. Lo mal que los dos lo habían pasado el año anterior aún rondaba sobre aquella conversación pendiente, pero al ver la expresión de su cara, Erik se vio impelido a indagar. Inés cerró los ojos un segundo y luego lo miró con sinceridad.

—No lo sé. Siempre ha entrado en mis planes ser madre. De pequeña, me ponía la funda de la almohada en la cabeza y jugaba a que me casaba con Miguel y teníamos un montón de hijos —dijo en un susurro—. No eran más que juegos de niños, pero para que te hagas una idea, también jugaba con mi disfraz de médico a curar a mis muñecas.

Erik la escuchaba con atención. Últimamente, sus conversaciones habían cambiado. Eran más íntimas, más sinceras. Con menos jugueteo y segundas intenciones, y más futuro encerrado en ellas. Su propia pregunta lo había sorprendido. Asintió para alentarla a continuar.

—Una chica de ideas fijas.
—Cuando entras en Medicina, cualquier otro objetivo vital se ve pospuesto. —Erik volvió a asentir, él lo sabía muy bien—. Pero ahora, cuando ya estoy en la subespecialización y, en cierto modo, veo el final de esta etapa…, supongo que es natural volver a ello.
—Pero ¿lo deseas mucho? —insistió. Necesitaba saberlo.

Inés ladeó la cabeza y compuso un gesto intrigado.

—Tengo que reconocer que con el aborto las cosas se precipitaron y, en cierto modo, avivaron las ganas que ya estaban ahí —dijo, evitando dar una respuesta directa. Erik aguardó a que dijese algo más—. Pero sí. Claro que sí.

Emma se movió en sueños y apartó de un empujón el peluche de ballena con el que dormía.
—Tiene calor —dijo Inés, y posó el dorso de los dedos sobre su mejilla. La destapó un poco, hasta la cintura, y esperó unos segundos antes de mirarlo a los ojos con intensidad—. Pero no querría hacerlo sola, para mí es cosa de dos.

Erik se arrancó de los ojos grises y se tumbó sobre los almohadones. Puso las manos tras la cabeza y fijó la mirada en el techo de pequeñas tablas blancas de madera. Sabía que sacar el tema era exponerse a que ella le devolviera la pelota. Y había sido muy hábil en plantearla de un modo indirecto que le daba un margen de escapatoria para no contestar. Pero algo estaba cambiando en él. No sabía si por aquella conversación con Kurt, hacía ya meses, sobre lo feliz que era siendo padre, o por compartir de manera tan estrecha con todos sus sobrinos aquellos días, o porque sabía lo mucho que Inés lo deseaba, el tema rondaba su cabeza desde que Inés le había contado sobre el aborto. Decidió ser sincero también.

Me da miedo. No. Me da pánico no estar a la altura —confesó. Inés alzó el rostro con un gesto brusco al escuchar su confesión—. Un hijo es demasiada responsabilidad, siento que no tengo lo que hay que tener para enfrentar una crianza y lo que significa, pero…
¿Pero? —dijo Inés en un hilo de voz.
Pero quiero hacerlo. Sin pensármelo demasiado —reconoció, consciente de que lo que decía no tenía mucho sentido—. Quiero decir que, si me lo pienso mucho, acabaré por decidir que no, que no soy capaz. Así que, hagámoslo.

Inés lo contempló, incrédula.

¿En serio?
—No he estado tan serio sobre algo en toda mi vida.

Una sonrisa amplia, radiante y maravillosa se dibujó en la boca de Inés. Pero lo mejor fue la mirada. El amor incondicional que leyó en sus ojos, la gratitud implícita en él. Evitando aplastar a Emma, se inclinó sobre él para darle un beso y Erik recorrió sus labios con la punta de los dedos.

No importaba el sexo. Podían esperar. Tenían toda la vida por delante.

Ya tenéis disponible el capítulo 2 de A corazón abierto: La valquiria.

Con cariño,

©Mimmi Kass – Todos los derechos reservados.

Radiografía del deseo portada

 

Espero que hayas disfrutado con A corazón abierto: capítulo 1. La semana pasada, te dejaba la sinopsis y las fechas estimadas de publicación. Si todavía no conoces la historia de Inés y Erik, te aviso que Radiografía del deseo, la primera novela de la serie En cuerpo y alma, estará del 9 al 16 de noviembre en la promoción especial de otoño en Amazon. ¡Tienes tiempo de sobra para conocer su historia antes de sumergirte en A corazón abierto!

 

Si te apetece un aviso a tu correo electrónico cuando salga la novela, y alguna que otra sorpresa más, solo tienes que inscribirte en este formulario. ¡La semana que viene, tendrás el próximo capítulo también!

 

 

Javiera Hurtado Escrito por:

Cazadora de sensaciones. Médico y escritora. Viajera infatigable. Romántica y erótica. Ganadora del XII Premio Terciopelo de Novela.

2 comentarios

  1. Victoria
    11 septiembre, 2020
    Responder

    Uffff que capítulo!!!
    No me canso de leerte Mimmi!!!

    • 19 septiembre, 2020
      Responder

      Mil gracias, bella. Pronto vendrá mucho más con Pronóstico de una vida. Un abrazo enorme!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.