Categoría: El hombre fetichista

 

Novela I serie fetiches

La mujer fetiche ya está disponible en Amazon. Con ella sigue la historia de Carolina y Martín.

Si no has leído aún El hombre fetichista, te invito a conocer cómo empezó todo; una frase de Mario Benedetti resume lo que enfrentan los protagonistas.

«Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso es admirable».

 

 

Ahora, la historia cambia.

«…Y de pronto, el mundo se redujo a la superficie de su piel».

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.

La mujer fetiche

 

Carolina avanza con paso decidido en el descubrimiento de un mundo sensual y de erotismo sin límites.

La mano de Martín la guia con firmeza, pero no está dispuesto a renunciar a su independencia y libertad.

Las carencias emocionales y afectivas desconciertan a Carolina, y la empujan a enfrentar nuevos retos, pero los juegos malabares no parecen ser su fuerte y es imposible no cometer errores.

Un viaje a Marruecos puede cambiarlo todo.

¿Qué hacer cuando en tu cama y en tu vida no sois sólo dos?

 

 

Ay, Carolina…antes te quejabas de que no te tocaban. Ahora te va a faltar piel para tanta caricia.

La maravillosa portada es de Imagina Designs.

Erótica pura. Quedáis advertidos.

La mujer fetiche participa en el Premio Literario de Amazon de este año, te invito a iniciar un viaje al mundo de Carolina y Martín.

 

©MimmiKass Todos los derechos reservados.

El hombre fetichista fue uno de mis primeros relatos, y uno de los más leídos en el blog. Feliz de haceros llegar esta historia, que ha crecido y se ha profundizado hasta convertirse en una novela.
Espero que la disfrutéis, en cuerpo y mente. Que haya muchas lecturas a una mano y en pareja, que os haga reflexionar y también debatir.
No os entretengo más con mis divagaciones…
Con cariño,
Mimmi.

 

El hombre fetichista

 

EL hombre fetichista

Carolina no tiene tiempo para nada, ni siquiera para follar. La realidad le estalla en la cara el día que su pareja la pone de patitas en la calle tras cuatro años de relación.
Sumergirse en una orgía de compras sin sentido por Madrid parece el remedio perfecto para olvidar que nada va bien en su vida excepto el trabajo, pero el encuentro con un enigmático desconocido la situará en una morbosa y tentadora encrucijada.
Martín vive el sexo de una manera muy particular. Ha enfrentado más de una renuncia por ser fiel a sí mismo e intentar ser feliz. Conseguirá que Carolina sienta un placer excelso sin ponerle un dedo encima y provocará en ella un anhelo insaciable que busca más y más.
Juntos disfrutarán de una sensualidad lenta y sofisticada, descubrirán facetas y aristas de sí mismos que no conocían, y se adentrarán en un mundo erótico sin límites.
No habrá vuelta a atrás.

 

 

Ya la tenéis disponible en Amazon, y la versión en papel encerrará alguna que otra sorpresas que harán que leer la historia sea mucho más…visual.

De nuevo gracias a la ilustradora, Carolina Bensler, por entender exactamente lo que buscaba en esta portada. No encontrábamos la imagen precisa y…¡Bueno! Digamos que, como autora autopublicada, mi implicación en el proceso llega a ser muy, muy profunda.

Deseando que lo tengáis entre las manos.

©MimmiKass Todos los derechos reservados.

 

Portada de Carolina Bensler.

Imagen original: Mimmi Kass.

 

Si te apetece leer algo más mientras llega El hombre fetichista, estoy segura de que disfrutarás también con mis otras novelas. Te invito a experimentar una erótica muy distinta.

 

Radiografía del deseoRadiografía del deseo

Doce mil kilómetros separan los lugares de origen de Erik y de Inés: su crianza, su idiosincrasia, su manera de ser. El deseo y la atracción se hacen inevitables en este choque de titanes y el sexo lo inundará todo, pero ¿podrá surgir algo más?

Disponible en formato digital y tapa blanda en todas las plataformas de Amazon. 

 

 

 

Diagnóstico del placer

Cuando la persona que camina a tu lado sacude todos tus cimientos, solo queda una pregunta: ¿se atreverán Inés y Erik a ir más allá de su zona de confort? Una sutil aproximación al BDSM, de manera natural y realista.

Disponible en formato digital y tapa blanda en todas las plataformas de Amazon.

Puedes leer los primeros capítulos gratis en este enlace.

 

 

Ardiendo

La mezcla perfecta entre erotismo y suspense, la vida de héroes anónimos hecha novela, ambientada en los paisajes de Galicia y en el peligroso y fascinante mundo del fuego.

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Deshacerse del sentimiento de expectación era imposible.

Marcharse de casa de Miguel sin haber podido tocarlo había provocado que, durante toda la semana, el recuerdo de su aroma y el tacto de sus manos la acechara cada momento. El placer generado por las caricias y los besos de la pareja, y el cuidado de sus pies a cargo de él, no había dejado más que una estela de frustración desesperante. Y necesitaba darle una clausura.

Caminó por Claudio Coello hasta llegar a Agent Provocateur. Después de sus encuentros, Carolina tenía una idea más que aproximada de lo que le gustaba a Miguel y, esta vez, sería ella quien lo sorprendiera. Paseó sus dedos tocando las delicadas prendas expuestas, algunas de corte más romántico, otras más agresivas, hasta dar con el conjunto que le pareció perfecto. A Miguel le gustaban las transparencias y aquel corpiño de tul negro, reforzado con lazos finos de satén negro, era justo lo que tenía en mente. Pidió las bragas y el liguero a juego a la dependienta y añadió unas medias con costura trasera.

Se desnudó con parsimonia, disfrutando del proceso de dejar caer su ropa pesada de invierno, dentro de la calidez del lujoso probador.

—Es un conjunto maravilloso —dijo la chica, mientras la ayudaba a ajustarse la prenda.

Carolina asintió al ver su cuerpo cubierto con una tenue capa negra semitransparente y las tiras, que se aferraban a su cuerpo en los lugares precisos: en torno a sus pechos, modelando su cintura y sus caderas. Sonrió. Miguel iba a caer rendido a sus pies, y esta vez, no iba a permitir un no por respuesta.

Aún escocía la negativa de la semana anterior.

Pese a que tenía razón en detenerla, su coquetería había quedado, en cierta manera, herida. Ahora iba a resarcirse. Y sabía que iba a ser sublime.

Prefirió no mirar el importe final al extender la tarjeta de crédito. En realidad, le daba lo mismo. Los zapatos, unos Bordello de plataforma, los había comprado por internet. El abrigo tres cuartos, de terciopelo, sería la guinda del pastel.

Echó un vistazo rápido al reloj y se apresuró hasta el enorme edificio de cristal y acero que albergaba el estudio de arquitectura con el que trabajaba. La esperaba una reunión dura, pero el premio valdría la pena.

 

 

Los planos, los presupuestos y los bocetos con los dibujos que había hecho para el cliente cubrían por completo la enorme mesa de juntas, sorteando a duras penas las tazas de café vacías. Carolina suspiró, agotada. Llevaban más de tres horas de reunión y no tenía visos de llegar a ninguna parte. Volvería a rehacer el trabajo, el cliente cambiaba de opinión cada semana y era imposible anticiparse a sus requerimientos. No podía quejarse, pagaba bien y apreciaba su trabajo. Pero tenía la sensación de que no tenía ni idea de lo que quería en realidad.

Se zafó como pudo del grupo, que trató de convencerla para ir a tomar una copa. Su jefe, un hombre de unos cuarenta años, con una mirada azul y penetrante, la miró durante unos largos segundos. Carolina se ruborizó. Parecía saber perfectamente y con todo detalle lo que pasaba por su cabeza, cuando paseó sus ojos por el cuerpo de Carolina y los fijó en la maleta, algo más grande de lo habitual, que aguardaba a su lado.

—Hasta la semana que viene, Martín.

—Una copa, Carolina. Conmigo, no hace falta que sea con el grupo si no quieres.

Estudió con curiosidad su rostro sereno, casi hierático. Nunca había mostrado interés en ella, más allá de lo relativo al trabajo, pero desde hacía unas semanas lo había sorprendido observándola en silencio en más de una ocasión.

—Otro día, Martín. Me están esperando.

Su jefe asintió lentamente y desapareció tras la puerta de su despacho. Carolina se apresuró hacia las salida. No podía avisar a Miguel de que llegaba tarde. Muy tarde. La batería de su móvil llevaba muerte desde quién sabía cuando y no tenía tiempo de cargarlo. Tampoco perdió el tiempo en caminar hasta el metro. En cuanto vio un taxi, alzó la mano con impaciencia.

Cuando llegó al edificio de Miguel, un hombre de aspecto elegante salía por el portalón de madera y hierro forjado. Carolina intercambió una sonrisa de agradecimiento cuando sujetó la puerta para permitirle el paso. Cada minuto que la separaba de Miguel era una tortura.

Golpeó el suelo con impaciencia mientras el ascensor subía al último piso. Cuando se vió frente a la entrada del piso de Miguel, vaciló un instante antes de tocar el timbre. Necesitaba recuperar el control de sus ansias desbocadas, del hambre por tocarlo, del deseo de poseerlo por fin.

Cuando la puerta se abrió, el rostro de Miguel se vistió de una repentina seriedad.

Carolina supo al instante que algo iba mal. Miguel llevaba una camisa blanca, algo arrugada y abierta, que dejaba desnudo su torso musculado, y un vaso de whisky con hielo en la mano. Ni siquiera la saludó.

—¿No has recibido mis mensajes? No es un buen momento, Carolina —informó con voz glacial.

Toda la sensualidad acumulada durante el día se esfumó. Se cerró el abrigo sobre el pecho y enterró la cabeza entre los hombros en un gesto de timidez.

—Me quedé sin batería.

—Deberías haberme llamado.

Se quedaron inmóviles durante un instante. Miguel, en el quicio de la puerta, apoyado con un codo sobre el marco. Carolina de pie frente a él en la entrada, sin poder dejar de apreciar la visión del cuerpo masculino y el rictus severo de su rostro, pese a la irritación creciente que se apoderaba de ella por el áspero recibimiento.

—Lo siento. Debería haberte llamado, sí. Hasta…hasta la próxima. —No quiso aventurar si se verían o no el viernes siguiente.

Cuando se giró para marcharse, Miguel pareció reaccionar. La sujetó del brazo y la atrajo hacia sí, con suavidad, pero sin permitir una escapada.

—Por favor, Carolina —dijo al notar sus reticencias—. Perdóname tu a mí. He tenido un día de mierda, mil problemas en la cabeza y estoy empantanado de trabajo.

—Entonces no te molesto —insitió Carolina, intentando alejarse hacia el ascensor.

—No. No te vayas. Por favor. Llevo toda la semana pensando en ti. Y necesito parar: llevo todo el día sin despegarme del móvil y del portátil. Tómate una copa conmigo.

No había sido la única en desvelarse por las noches recordando las promesas y las palabras que se dijeron en su último encuentro. Se había masturbado una y mil veces pensando en él, pero ahora parecía distante y retraído. El maldito trabajo. 

—De acuerdo.

Se sentaron en el mismo sofá donde Carolina había llegado al orgasmo acunada por dos desconocidos y junto a Miguel. No pudo evitar una risita divertida al recordar la parte de sí misma que había quedado atrás aquel día. Tenía la certeza de que el sexo, para ella, jamás sería lo mismo.

El hombre fetichista X — A sus pies

 

—Vete. Vete de aquí, Miguel —le rogó.

Él metió las bragas en su bolsillo, y salió de la habitación sin decir ni una sola palabra.

Carolina se tomó unos minutos para recuperar el control de su cuerpo, pero tenía la piel en llamas por lo que acababa de hacer Miguel.

fetichismo-lencería-mediasAl atravesar la puerta, dejó atrás muchas de sus reticencias, de sus tabúes, de los convencionalismos que habían estrechado su vida hasta ese momento, pero persistían lo suficiente como para no eliminar el oscuro atractivo de lo prohibido.

El espacio hasta la zona de sofás se le antojó eterno, y a la vez demasiado corto.  Ralentizó el paso para estudiar la escena que se extendía ante sus ojos. En el sofá principal, Marcos y Silvia conversaban, muy cerca el uno del otro, intercalando besos suaves y caricias. Los dos sillones a  las cabeceras de la mesa auxiliar estaban ocupados por dos hombres, no recordaba cómo se llamaban. Uno de ellos acariciaba con movimientos perezosos su miembro erecto, disfrutando de la visión de la pareja. El otro hablaba en voz baja con Miguel, de espaldas a ella. No la había visto. Carolina llamó su atención.

—Miguel…

Su nombre brotó lánguido y húmedo entre sus labios; la voz, ronca y profunda. Él se volvió y la contempló acercarse con un contoneo elegante de sus caderas, los pechos pequeños y redondos realzados por el tul y el encaje, y las piernas esbeltas cubiertas por las medias de seda.

Silvia sonrió con calidez, y se apartó para dejarle sitio entre ella y Marcos. Carolina se acomodó, algo envarada, casi en el borde del sofá. Las rodillas juntas, las manos, crispadas sobre la tela suave. Estaba nerviosa. Los ojos oscuros de Miguel recorrían sus pechos, los otros dos hombres la miraban también.

El conjunto es maravilloso —suspiró Silvia, admirando la escasa tela que la cubría.

Marcos interrumpió el arrobamiento femenino ante las prendas, y preguntó con curiosidad:

—Cuéntanos, Carolina. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Ella cerró los ojos durante un segundo, evocando aquella mañana que tan lejana le parecía. Dedicándole una sonrisa a Miguel, respondió.

—Nos encontramos por casualidad en una tienda de lencería de lujo. Me sugirió que me probara uno de los conjuntos,  y…

—Y terminó modelando para mí —cortó Miguel. Su mirada la desnudaba sin dejar duda de su lascivia.

—Eres un cabrón con suerte —dijo uno de los hombres.

Todos se echaron a reír cuando Miguel se encogió de hombros con un gesto travieso. Las risas aligeraron el ambiente y Carolina volvió hacia su zona de confort. Pero no por mucho tiempo.

—¿Me dejas tocar tu conjunto? —preguntó Silvia.

Carolina busco con la mirada a Miguel, que proseguía su conversación. La había abandonado a su suerte. Se preguntó si el ignorarla ahora sería deliberado. Probablemente sí.

Miró a los ojos azules de Silvia y asintió. Como si su gesto marcara un pistoletazo de salida, la mujer se acercó hasta apoyar el muslo contra el de ella, y llevó los dedos delicados hasta el tirante de terciopelo sobre su hombro. Lo acarició con la yema del índice hasta el inicio del encaje, y siguió dibujando la redondez de su pecho, por encima de la tela, hasta llegar justo encima del pezón. Carolina inspiró lentamente y soltó después el aire.

—Tranquila, cariño —dijo Silvia. Mirándola a los ojos, depositó un suave beso sobre su hombro y sonrió.

Carolina sintió el deseo viajar desde esa mínima porción de piel hasta el centro de su sexo. Nunca antes la había tocado una mujer. La curiosidad se disparó, y se reflejó en el brillo de sus ojos y en el aire exhalado por sus labios entreabiertos. No se movió cuando ella metió los dedos entre la tela y la piel, y tentaron con un roce la protuberancia. Carolina arqueó la espalda, desperezándose, y Silvia abarcó por completo un pecho con la mano, y la empujó con suavidad para que se recostara en el sofá. Ella no protestó. Su piel era suave, tenía un tacto distinto, una delicadeza diferente a la hora tocarla, un tempo desconocido que provocaba que su sexo empapase la seda que lo cubría.

Deliciosa —susurró Marcos desde el otro lado. Apartó del rostro de Carolina su corta melena y la besó en el mentón.

Ella se tensó, y encajó a contrapelo la risa tenue, cálida y andrógina. Por un momento, la hizo pensar que era otra mujer, pero la mano firme que viajaba por el interior de su muslo era la de un hombre que sabía lo que quería, y  se acercaba, inexorable, al centro candente de su cuerpo. Carolina sintió miedo. Perdía el control de la situación. Intentó incorporarse, pero estaba tendida sobre el respaldo del sofá, y Silvia seguía enviando ramalazos de placer, dedicada a sus pezones. Marcos ya rozaba la piel desnuda entre la media y el borde de sus bragas.

No quería detenerse. Tampoco quería seguir.

—Necesitas una copa.

La voz firme de Miguel la trajo de vuelta al presente y pudo retomar el control de su cuerpo. Silvia y Marcos sonrieron, entendiendo lo que ocurría, y se apartaron un poco de ella.

Miguel se había sentado sobre la mesa auxiliar y la contemplaba con cierta aprensión. Se preocupaba por ella, pero Carolina sonrió al descifrar en su tono de voz  el deseo que ya conocía. Sus ojos verdes se encontraron con los negros, y todo a su alrededor se diluyó hasta desaparecer.

—Estás excitada —añadió él.

fetichismo-piesNo era una pregunta. Ella asintió. No se molestó en cubrir el pezón que asomaba, insolente, por encima del encaje. Sin embargo, Miguel no parecía interesado en la ofrenda. Miraba hacia el suelo. ¿Qué era lo que buscaba? Abrió las piernas para exponer su sexo, pero él negó con la cabeza.

—¿Me dejas ver tus zapatos?

«El hombre fetichista». Recordó el nombre con que lo había bautizado antes de saber quién era. Sonrió y volvió a asentir, las miradas engarzadas por encima de la copa. Miguel palmeó una de sus rodillas y, tras un momento de duda, apoyó el pie donde él le indicaba. No era una postura cómoda.

Miguel rodeó con una mano el talón acharolado del zapato, y con la otra, cubrió su empeine. Carolina jadeó al sentir el calor que desprendía su palma por encima de la media. Cuando la acarició con lentitud estudiada a lo largo de la tibia, el tiempo pareció detenerse. Las manos masculinas eran todo lo que había soñado: cálidas, fuertes, hábiles y generosas, y sabían dar placer.

Sentía la tensión in crescendo del interior de su sexo a medida que aquella mano se acercaba a la rodilla. En todo momento, la mirada oscura llevaba implícito el desafío que la retaba a detenerlo, pero ella se había quedado sin habla. Como única respuesta, bebió otro trago de la copa y la dejó a un lado, aferrándose de nuevo a la tela del sofá.

—Miguel…—logró articular.

footfetish2La voz de Carolina se detuvo cuando Miguel llevó el pie femenino hasta uno de sus hombros, y apoyó la mejilla en él con una expresión de éxtasis. Ella se arqueó al sentir cómo las mil agujas de su barba se transformaban en una corriente que alimentaba su sexo.

—Ah, fetichista. —La voz de uno de los hombres, que miraba con avaricia la escena, rompió por unos segundos la conexión entre ellos. La envidia con la que miraba el tacón que aún reposaba sobre la alfombra, hizo que Carolina elevara la pierna para ofrecérselo, pero Miguel la detuvo.

—No. Hoy no.

La autoridad de su respuesta la excitó aún más. Cuando él comenzó a besarle el empeine, dejando una estela de saliva sobre la media, el resto del mundo volvió a desaparecer.

Carolina gimió, inmóvil. El tacón de aguja se hundía bajo la clavícula masculina, e intentó mover el pie para aliviar la presión.

—No —repitió Miguel.

Estaba segura de que debía hacerle daño, pero él asió el tacón y lo empujó contra su hombro. Con calma absoluta, desplazó la palma que reposaba en su rodilla hasta el interior de su muslo, hasta tantear sobre la blonda que ceñía sus medias. Otro gemido escapó de su garganta cuando él introdujo un dedo entre la media y la piel, y deslizó la tela a lo largo de su pierna, llevándose el tacón al llegar al pie. El zapato cayó lánguidamente sobre el muslo de Miguel, y de ahí, al suelo.

Ahora el pie que reposaba de nuevo sobre el hombro de Miguel estaba desnudo. Sus manos transmitían un calor extraño, húmedo. Los dedos masajean la planta y envían ramalazos de placer a todo su cuerpo de Carolina, que se retorcía en el sofá. Casi no pudo resistir el apartar el pie: la mezcla de cosquillas, placer y cierto rechazo del que no lograba deshacerse le resultaron difíciles de manejar. Había fantaseado innumerables ocasiones con que Miguel la tocara, pero jamás se habría imaginado algo así.

Él llevó los labios a lo alto de su empeine y lo besó con suavidad. Carolina jadeó. Cuando deslizó la lengua desde ese punto hasta el nacimiento de los dedos, ella soltó un pequeño grito.

—Miguel, ¡por favor!

footfetishUno a uno, como si de un gourmet se tratara, Miguel introdujo delicadamente los pequeños dedos de Carolina en su boca, acariciándolos con la lengua, sosteniéndolos entre sus dientes, y succionándolos con fruición.

La excitación la golpeaba con cada movimiento, pero no era suficiente. Elevó el otro tacón hasta su hombro. Quería, necesitaba sus caricias en el otro pie y restregó el empeine contra su cuello en una caricia torpe. Miguel llevó su atención hasta donde era reclamada, y cuando soltó el pie ya desnudo, Carolina lo recompensó llevándolo a su entrepierna. Lo posó directamente sobre la férrea erección, y comenzó a masajearlo.

Era demasiado. Miguel devoraba sus dedos, y ella replicaba con el mismo tempo masturbándolo con el otro pie.

La mano femenina de Silvia sobre su pezón fue bienvenida. El dolor que sentía por la acumulación del placer necesitaba una resolución. Los gemidos aumentaron en intensidad como premio a sus caricias, y la mujer llevó la boca hasta el botón violáceo. Carolina hundió la mano en la melena rubia y suave, empujándola contra su pecho. Necesitaba mayor intensidad, y Silvia la mordió. Con un grito, se retorció perdiendo la conexión con los ojos de Miguel. Ella no pudo verlo, pero el esbozó su sonrisa depredadora sin sacar los dedos de su boca. Marcos se estrechó contra ella y Carolina asintió para darle su aprobación. Cuando él posó con precaución la mano sobre su muslo, ella la empujó hasta su sexo. Necesitaba mucho más de lo que ellos podían darle, pero sabía que hoy no tendría a Miguel. Una sensación de frustración envolvió su deseo. Por encima de la tela, Marcos comenzó a acariciarla con firmeza, haciendo brotar el clítoris de su escondite. Carolina rompió a sudar.

Aquella noche no supo que fue lo que la llevaría hasta el orgasmo, si la lengua de Miguel entre sus dedos, los labios de Silvia sobre sus pezones, o la mano de Marcos sobre su sexo.

Carolina cerró los ojos, murmuró un ruego, y se dejó caer en el delirio.

 

©Mimmi Kass

Tus comentarios son más que bienvenidos, y si te apetece, ¡comparte! Quizá alguien más quiera conocer la historia de Carolina y Miguel.

Radiografía del deseo Portada

 

Si te ha gustado este relato, quizá te interese mi novela: Radiografía del deseo, ya disponible en Amazon. Te invito a que me apoyes, ya que participa en el Concurso Indie 2016.

 

EL hombre fetichista IX – Cruzar los límites

Las miradas de los cuatro hombres, junto con la sonrisa alentadora de Silvia, hicieron que Carolina se planteara seriamente desnudarse ante ellos. Se volvió hacia Miguel. De algún modo, necesitaba su aprobación. Él la miraba con admiración y sus labios llenos se curvaron en ese gesto que provocaba en Carolina un deseo irracional de morderle la boca.

Tú decides, Carolina. Tengo un conjunto nuevo guardado para ti, si quieres hacerlo.

El amplio loft en penumbra, la música suave y la inmovilidad de los hombres, que parecían esperar también una respuesta, la hicieron decidirse. Quería hacerlo. Un vacío se apoderó de su estómago, pero la excitación y el morbo superaban el miedo.

Asintió con vacilación, y después con firmeza.

De acuerdo, pero no quiero cambiarme aquí.

Ignoró las miradas de desilusión de los hombres. No le importaba mostrarse en lencería, pero deshacerse de las prendas que la unían a lo normal y lo prosaico de su día a día era otra cosa. Iba a atravesar un límite y quería dejarlo bien definido. Desnudarse frente a ellos sería difuminar la línea, dejar un terreno fronterizo entre ambos momentos, ofrecerles ser testigos de una transición para la que no sabía si, en realidad, estaba preparada.

Miguel la sostuvo del codo para conducirla con suavidad a una habitación. Por un momento, Carolina se despojó de la aprensión para mirar la cama, invitadora, apetecible. Su tamaño hacía de ella un campo de batalla espléndido, el cobertor de algodón de color crema, liso y suave, tan solo un poco satinado, se unía al tacto exquisito y ostentoso de una manta de terciopelo de color chocolate que no pudo evitar acariciar. El cabecero, con pequeñas tablillas paralelas, ofrecía un sinfín de posibilidades, y sobre él, una maravillosa pintura japonesa de una mujer en una suspensión de shibari, desató su curiosidad al límite. ¿Miguel sabría atar, o tenía ese grabado solo por sentido estético?

Él salió del vestidor donde había entrado unos momentos antes con un precioso conjunto negro colgado de una percha. Carolina lamentó no haber aprovechado la oportunidad de echar un vistazo a lo que había en su armario, pero Miguel cerró la puerta corredera y no pudo ver nada.

Estarás preciosa. Como siempre —la tranquilizó.

Carolina esbozó una sonrisa tenue y tomó entre sus dedos las dos piezas. La suavidad del encaje, frío y casi líquido entre sus dedos, la hizo ralentizar los movimientos. Miguel puso unas medias de blonda sobre la cama y una caja de zapatos, pero no le prestó atención. Contemplaba con fascinación la tela, repujada con unas delicadas cuentas de cristal que hacían las prendas pesadas, el tul no dejaría demasiado a la imaginación.

¿Prefieres que salga de la habitación?

Se volvió hacia él y lo observó. El solo hecho de verla con la lencería entre las manos lo había excitado. Podía verlo en el brillo de sus ojos, en la respiración rápida de sus labios entreabiertos.

No. Quédate.

Se dio la vuelta y le dio la espalda, llevando una mano hasta su cuello para hacer un gesto del todo innecesario para apartarse la corta melena y que él le bajara la cremallera del vestido. No necesitó decírselo, la carnada que le presentó funcionó a la perfección. Miguel se acercó a ella y pudo sentir su aliento cálido justo sobre su nuca. Abrió el vestido con lentitud estudiada y el escaso aire elimites-Carolina-Miguelntre ellos pareció vibrar, cubierto de una energía extraña.

Sabes que no puedo controlar lo que hagan los demás… —dijo Miguel, que apoyó los dedos sobre los tirantes de su vestido, y los deslizó sobre los hombros hasta hacerlos caer sobre sus brazos—. Sé que no quieres que te toque, no te tocaré, pero el resto…—sostuvo entre sus dedos los tirantes, y los bajó aún más. El vestido cayó al suelo y Carolina se envaró—. Sé que Marcos te desea. ¿Quieres que él te toque? ¿Silvia, tal vez?

Carolina negó con la cabeza, sin hablar. Los lugares donde Miguel la había rozado por casualidad, le ardían con un fuego que rayaba el dolor.

Él le desabrochó el sujetador, sin tirantes, y dejó la prenda sobre la cama. Carolina suprimió las ganas de masajearse los pechos. Quería que Miguel lo hiciera. Lo deseaba. Quería esas manos grandes y cuidadas sobre sus pezones, quería que abandonara esa frialdad y que la follara hasta hacerla gritar. Sentía la humedad empapar poco a poco sus bragas.

Quiero que me toque tú.

La frase quedó suspendida en el silencio de la habitación. Carolina sintió la ansiedad y el deseo atenazar todas las fibras de su cuerpo cuando Miguel deslizó la yema de sus dedo índice desde el nacimiento de su pelo y recorrió la línea de su columna vertebral en una caricia firme y lenta hasta el encuentro de sus nalgas. Dejó escapar un gemido y sus pezones se erizaron.

¿Estás segura, Carolina? Si abres esa puerta, no habrá vuelta atrás.

La voz de Miguel encerraba amenazas ominosas que hicieron que su corazón se desbocara, y se giró bruscamente para enfrentarlo. Alzó las manos hacia su pecho en un gesto inconsciente, pero él la aferró de las muñecas.

No, Carolina. Quiero que lo pienses bien.

Su fuerte agarre activó una corriente que viajó por sus brazos hasta sus pechos y de ahí, al centro más caliente de su cuerpo. Su clítoris reverberó y comenzó a sentir ese dolor intenso en su interior que delataba la necesidad de sentirse penetrada, pero de nuevo, su frialdad la desconcertaba. Lo miró a los ojos. Necesitaba saberlo.

CapU6WIWEAAJj9H¿No me deseas, Miguel?

El alzó la vista hacia el techo en un gesto de desesperación y después enfrentó sus ojos verdes.

Carolina, te deseo tanto que ahora mismo, si me dieras tan solo un milímetro de espacio, te tiraría sobre esta cama y te follaría hasta que acabases gritando.

¿A qué esperas? —lo retó ella. Le había leído el pensamiento.

Miguel soltó una carcajada y cerró los ojos con fuerza durante un instante. Carolina se desasió de su cepo y se quitó las bragas. Un aroma dulzón penetró su nariz y Miguel aspiró despacio, pero no se movió.

Se exhibió desnuda ante él, casi retadora, belicosa. Todo su cuerpo ardía.

Carolina —la voz de Miguel fue un susurro ronco—, te lo voy a preguntar una última vez. Ahí fuera hay cinco personas esperando. Quiero tenerte para  mí solo. Quiero que, cuando me hunda en ti, no haya prisas, ni compromisos, ni plazos. Quiero… —rió de nuevo con esa cadencia que resonaba directamente entre sus piernas —quiero tantas cosas que no sé por dónde empezar, pero creo que ahora no es el momento. Si me das luz verde, te follaré aquí y ahora, aunque prefiero esperar.

Carolina recordó al grupo que ya debía estar impaciente en el salón. Se había olvidado por completo. Ahora, estar frente a ellos no le parecía un plato tan apetecible. Quería comerse a Miguel. Quería su polla en su boca, envolverlo entre sus piernas, que la penetrara por todos los orificios disponibles. El deseo era irracional y con una fuerza absurda. Pero tenía razón. El hecho de que hubieran personas esperando sí hacía en cierto modo una diferencia.

Asintió con calma, tragándose las ganas. Estaba tan excitada que sentía ganas de llorar. Podía ver el bulto de la erección de Miguel, podía oler su perfume mezclado con el almizcle de su cuerpo sudando. Bajó los hombros, rendida y se volvió hacia la lencería, aunque la situación ya no le parecía tan atractiva.

Un momento —la interrumpió el, cuando ya comenzaba a quitar las etiquetas del conjunto—. Dame tus bragas.

Carolina lo miró, interrogante, y le tendió la prenda nueva.

No. Las otras. Las que te acabas de quitar.

Carolina las recogió del suelo y las depositó en su mano extendida. ¿Qué querría hacer con ellas?

Miguel se las llevó a la nariz, y aspiró con fuerza. Después, expuso la entrepierna, y con los ojos oscuros clavados en los verdes, lamió lentamente la tela. Carolina gimió. Su respiración se aceleró más y más cuando él siguió lamiendo y chupando sin quitarle los ojos de encima. Casi podía sentir esa lengua en su sexo, percibía con claridad la humedad descender por el interior de sus muslos. Sentía que la cabeza empezaba a darle vueltas.

Vete. Vete de aquí, Miguel —le rogó.

Miguel se detuvo, se metió las bragas en el bolsillo, y salió de la habitación sin decir ni una sola palabra.

 

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