Ella y él: el café, la radio y el sexo.

Vuelvo a la perspectiva de observadora con este relato donde invocar un fantasma, hace que se desvanezca. A veces, el sólo hecho de mencionar en alto un problema, lleva a su resolución. Hay que intentarlo.

Ella y el: el café, la radio y el sexo.

Él está despierto. Es temprano. Se estira sobre las sábanas desordenadas, anquilosado, intentando no despertar a los niños, que duermen plácidamente entre ellos. Ella está arrinconada al borde de la cama, el pelo revuelto sobre las almohadas, y una manita posesiva rodea su cuello. Él no es capaz de dormirse otra vez y se levanta.

La casa está en silencio, en penumbra, él comprueba que aún no amanece al subir sin hacer ruido las persianas. El reloj de la cocina marca las seis y diez de la mañana. Él mueve los hombros para recuperar la movilidad, y piensa que le habría venido bien dormir esa hora que el desvelo le ha robado.

Él pone la radio a bajo volumen para sentirse acompañado. La cafetera está sucia del día anterior, y suelta un suspiro. La lava. Empieza a preparar el café al ralentí; un aroma estimulante invade su nariz y aspira con fruición, anticipando el sabor en su boca, mientras su cuerpo vuelve lentamente a un estado funcional.

Le echa un vistazo a la alacena del desayuno, galletas, bollos, chocolates… todo para los niños. Coge unas sobrias magdalenas cuadradas. Las noticias sobre corrupción se suceden una tras otra, y niega con la cabeza, ya anestesiado.

Él sirve el café en su taza cuando siente unos brazos rodearle el cuerpo. Ella ha bajado.

Para mí también, por favor —dice ella, tendiéndole la taza que lleva en la mano. Él sirve el café, añade también leche, y deja las tazas humeantes sobre la encimera.

Qué paz —murmura él. No se escucha el bullicio habitual de los niños preparándose para ir al colegio.

Están durmiendo a pierna suelta.

Él se vuelve hacia la encimera, perdido en sus pensamientos, su cabeza ya inmersa en el trabajo. Ella vuelve a abrazarlo por la espalda, y lo estrecha entre sus brazos. Suelta un suspiro resignado al sentir el calor de su piel a través de la camiseta del pijama.

Hace semanas que no follamos.

Él se envara. Sorprendido. Tiene que hacer un esfuerzo para recordar su último encuentro. Ambos llegan a la noche agotados, necesitados de un tiempo de silencio para poder escuchar sus propios pensamientos. Él se sumerge en el ordenador, ella se duerme con la luz de la mesilla encendida casi todos los días.

De madrugada, reciben la visita de los niños, que sin ruido, se acomodan entre ellos. A veces ni siquiera se dan cuenta de cuando han llegado.

Ella busca la piel de su torso bajo la tela y comienza a acariciarlo. Él cierra los ojos para saborear las manos cálidas y la presión de los pechos femeninos sobre su espalda.

Sus cuerpos despiertan poco a poco, aletea el deseo. Él se da la vuelta y, exhaustos, se abrazan.

No se mueven durante unos minutos, necesitan el consuelo de ese abrazo, se acarician sin ninguna intención concreta. Pero la respiración de él se acelera y ella sonríe al notar la erección creciente sobre su abdomen.

Los movimientos son lentos y pausados. Él la gira y la sienta sobre la alacena junto a los cafés, que siguen humeando. Ella le rodea el cuello con sus brazos, y él se acomoda entre sus muslos, aún titubeante.el café, la radio y el sexo.

Tengo miedo de que los niños se despierten.

Ella frena sus excusas con un beso húmedo en los labios.

Sabes lo mucho que cuesta levantarlos por la mañana. Nos arriesgamos.

Una sonrisa cómplice junta las bocas al unísono. Besos suaves, soñolientos y lánguidos.

Él la mira a los ojos, se despoja de sus últimas reticencias, y curva sus labios en una sonrisa traviesa. Las miradas anhelantes despiertan después de días apagadas, los cuerpos desperezan el deseo soterrado.

Él la besa, los labios suaves y húmedos hacen su trabajo. La traza lejana de su perfume, la piel caliente y el café mezclados. Ella acaricia su nuca, sin fuerza, solo tanteando, y sigue con sus manos el movimiento cuando él desciende hacia su cuello.

Él le abre la chaqueta del pijama.

No me la quites, tengo frío —susurra ella, con los pezones erizados.

No vas a pasar frío —promete él, con el tono escondiendo promesas oscuras.

Él recorre su esternón, acaricia con su cara la suavidad de su escote.

Ella le entierra la cabeza entre sus pechos, suspirando por el roce de la barba tenue en la piel delicada.

Las tetas. Chúpame los pezones —ordena ella con voz enronquecida.

Él la mira, sus ojos cambian, se endurecen, se tornan ávidos.

Él desliza el pantalón por sus caderas y lo deja caer en el suelo, a un lado. El aroma de su sexo al abrirle los muslos se mezcla con el del café y le arranca un jadeo ahogado. Ella exige su cercanía aferrándose a sus hombros y buscando después su pene enardecido, pero él la aparta. Tiene otros planes.

Se arrodilla deslizando su boca por su abdomen y hunde la cabeza entre sus muslos.

Ella ahoga un grito y se aferra a su pelo.

Él no espera. Se siente sin tiempo. Abarca el sexo con su boca, espoleado por los minutos.

Ella se arquea, exponiendo su entrada, cabalga los muslos sobre sus hombros tensos, agarrotados.

Miel y café. Gemidos y la radio. 

Él liba sus pliegues, mezclando la humedad dulce con la sal de su saliva.

Ella se retuerce, entre jadeos ahogados. Su esencia femenina despierta, escondida entre responsabilidades, prisas y trabajo.

Él se somete a la ofrenda, su cuerpo aletargado se despeja, pone en práctica la pericia de sus dedos en el interior violáceo, la de su lengua sobre el núcleo hinchado.

Ella grita, al fin, al llegar al orgasmo. Pero él no le da tregua, se endereza, y se entierra en ella, sin perder tiempo.

sexo en la cocinaElla suspira de placer al sentir su vacío completado. Al principio no se mueven, solo se abrazan. Se acompasan las respiraciones agitadas de ambos. Los latidos se serenan, el sudor se enfría sobre la piel.

Disfrutan de la sensación redescubierta después de semanas.

Podría quedarme así toda la vida —él confiesa.

Ella se ríe, está de acuerdo, y se ciñe a él con más fuerza, de nuevo, excitada.

No importa la dureza de la encimera, ni las noticias de la radio, ni el aroma del café que ya se ha enfriado. Solo cuentan los cuerpos, el deseo y la deuda saldada de un orgasmo.

 

El café, la radio y el sexo compensan la hora que le roban al sueño, siempre que el agotamiento lo permite, desde entonces.
Cuando los niños se despiertan, los reciben con una sonrisa y el desayuno preparado.

 

 

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Con cariño,
©Mimmi Kass

 

 

 

 

 

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Javiera Hurtado Escrito por:

Cazadora de sensaciones. Médico y escritora. Viajera infatigable. Romántica y erótica. Ganadora del XII Premio Terciopelo de Novela.

2 comentarios

  1. 27 abril, 2016
    Responder

    ¡Hola, Mimmi! Al fin pude leer el primero de los relatos tuyos que descubrí (gracias a facebook, todo sea dicho) y me ha encantado. Tienes una forma de narrar fabulosa, por eso te has ganado una nueva fan jajaja.

    ¡Saludos! Me tendrás mucho por aquí, espero ^^

    • 27 abril, 2016
      Responder

      ¡Hola, linda! Bienvenida a mi rincón, y gracias por tu comentario. A mí me encanta que te haya encantado y tus palabras me hacen mucha ilusión. ¡Yo también espero verte mucho por aquí!
      Un beso enorme,
      Mimmi.

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