Latidos de lujuria – Primer capítulo
Una experiencia distinta
Erik salió de la biblioteca con un título nuevo en la mano. Volvió la mirada hacia el edificio moderno y sinuoso con nostalgia. ¿Cuántas horas había pasado quemándose las cejas estudiando? ¿Cuántos libros había leído junto a su padre en su niñez? Magnus siempre fue un lector voraz. Ahora que sus fuerzas se escapaban con cada latido, era él quien le leía las historias en voz alta; había especificado que cogiera los libros de uno en uno. Bromeaba poniendo en duda que llegara a conocer el final.
—Vamos. Todavía nos queda pasar por el supermercado —dijo su hermano Kurt.
Echaron a andar por Grønnegata, sorteando a la gente que abarrotaba la calle. La ciudad vibraba con la llegada de agosto. Se escuchaba la mezcla ecléctica de conversaciones en distintos idiomas de los turistas, vestidos con ropa de montaña. Los adolescentes se reunían en los lugares habituales en espera de los conciertos y se respiraba un ambiente alegre y festivo.
Era bueno alejarse un poco de la sensación opresiva de casa.
Desde que llegó a Tromsø, no se había separado del lado de su padre. Su madre ya mostraba síntomas de agotamiento; Magnus no quería gente extraña a su alrededor durante sus últimos días, y todos se turnaban para cuidarlo. Lo entendía, pero no era nada fácil.
Sonrió al entrar al viejo ultramarinos de Strandgata, el Internasjonalt matsenter. Era reconfortante volver a los lugares de siempre. Kurt iba tachando ítems de la lista confeccionada por su madre: leche, pan, yogures, puré de patata liofilizado, y cerveza. Recorrió los pasillos del supermercado en busca de las Paulaner, las preferidas de su padre. Sorprendido, comprobó que el precio era el triple de lo que pagaba en Chile.
—Joder, qué caro —murmuró, mientras metía media docena en el carro.
Kurt se echó a reír, con esa sonrisa de ojos verdes entrecerrados y mil arrugas en su rostro castigado por el sol.
—Hace mucho tiempo que no estás en casa.
Tenía razón. Se sentía extraño en su lugar de origen, porque sabía que su hogar estaba ahora en otro sitio.
Salieron del supermercado y se frotó los brazos mientras caminaban de vuelta al aparcamiento. Era tarde, y la temperatura no llegaba a los diez grados.
—Estás hecho un blando. Necesitas pasar un invierno aquí —dijo su hermano con cierto tono acusador.
Erik asintió, y metieron las bolsas en el coche, en silencio. Escuchaban las noticias locales mientras se dirigían a la urbanización a las afueras de la ciudad.
Su hermano era casi un desconocido para él. Quizá debería aprovechar su estancia allí para fortalecer los lazos que los unían. Los que lo unían a toda la familia.
—¿Cómo está Maria?
Kurt lo miró de reojo. Parecía sorprendido por su interés.
—Está bien. Queremos tener un bebé. Solo espero que la adolescencia de Astrid no se resienta más de lo que está —dijo, con un ademán resignado—. Maria se porta como una madre para ella, pero le cuesta mucho aceptar que me haya casado de nuevo.
Erik asintió. Su sobrina mayor, con catorce años, estaba siendo un hueso duro de roer para ellos. Rebelde, irresponsable e impredecible. Adolescente de manual.
—¿Un bebé? ¿A tus casi cincuenta y cuatro años? —preguntó, con una sonrisa cálida.
—Deberías probarlo. Es una experiencia única —respondió Kurt—. Y tú tienes casi cuarenta, no sé a qué estás esperando.
Erik soltó una carcajada divertida. La paternidad no entraba en sus planes de vida. Se despidió de Kurt con un abrazo y entró a la casa cargado de bolsas. Su madre pelaba verduras frente al fregadero de la cocina.
—Hola, mamá. ¿Y la mujer que te ayuda por las tardes?
Ella negó enérgicamente con la cabeza.
—La ha mandado a casa. Necesitaba entretenerme con algo, y estoy preparando la comida de mañana.
—¿Y papá?
—Por fin se ha dormido, gracias a las drogas. Ha preguntado por ti.
Erik asintió. Llevaban toda la semana recuperando el tiempo perdido. Su padre parecía querer suavizar la indiferencia con que lo había tratado durante casi dos décadas y él quería estar ahí para él, aunque fuese por poco tiempo.
Abrió la puerta de su habitación con cuidado para no despertarlo. Magnus dormía con el sueño pesado y ahogado de los sedantes. Esperaba que el dolor lo dejase descansar.Y él también necesitaba una tregua.
¿Qué hora serían en Chile? Echó un vistazo a su móvil, allí serían las siete de la tarde. Se apresuró hacia su cuarto con la idea de por fin charlar con Inés. Se estremeció al ver que la ventana estaba abierta, y la cerró. La brisa de la noche ártica era gélida, aunque estuvieran en pleno verano. Las luces lejanas del centro de Tromso lo distrajeron durante unos segundos; la ciudad estaba llena de vida, ajena a la tristeza y al aire de fatalidad que se cernía sobre su casa.
Se tendió sobre la cama, junto al portátil encendido. La pantalla emitía un destello azulado en la penumbra mientras se abría el Skype. Echó un vistazo rápido al reloj de pulsera, aún quedaban unos minutos para que Inés se conectara desde Chile y charlar un rato tranquilos. Durante la semana, entre el caos en su casa, la diferencia de horas y el trabajo de Inés en el hospital, no habían hablado demasiado.
La echaba de menos.
Y la falta de sexo comenzaba a pasarle factura. Los whatsapps subidos de tono que llevaban intercambiando toda la semana no hacían más que aumentar su frustración.
El burbujeo característico que anunciaba que ya estaba conectada lo sacó de sus pensamientos. La imagen de su silueta tardó unos segundos en aparecer, al principio pixelada, pero después perfectamente nítida. Dio gracias a la tecnología por la fibra óptica.
—¿Hola? ¿Erik?
Sonrió al escuchar su voz. Femenina, aguda, con ese matiz de urgencia que ponía siempre en sus llamadas.
—Estoy aquí. ¿Qué tal todo?
Movió la mano en un gesto de saludo, e Inés le regaló una enorme sonrisa. Estaba preciosa. Escuchó a medias sus quejas sobre el trabajo en la UCI, las guardias pesadas y el mal tiempo, y se concentró en estudiar la línea de su cuello, su melena recogida en un moño y el hombro descubierto por una camiseta suelta. ¿No llevaba sujetador?
—Inés, ¿por qué no te sueltas el pelo? —interrumpió.
Ella se detuvo, lo miró durante un par de segundos y retiró la goma que lo sujetaba. El movimiento que hizo para ordenar su melena lo obligó a respirar hondo. Inés seguía contándole cosas y sus labios lo hipnotizaban. El anhelo por tocarla lo hizo desconectarse del ahora y pensar en los encuentros vividos justo antes de marcharse a Noruega. Sintió su pene desperezarse.
—¿Qué tal las cosas en casa? —soltó ella a bocajarro cuando acabó su relato.
La pregunta lo pilló por sorpresa. No quería hablar de ello: su padre se moría y no había nada que hacer.
—Mal. Y no quiero hablar de eso ahora.
—¡Pero, Erik! —dijo Inés, dolida, al otro lado de la pantalla—. No me cuentas nada. ¿Cómo está tu padre? —El mohín enfadado lo hizo sonreír de nuevo.
—Está en casa y lo cuidamos entre todos. Es cuestión de días ya.
—Vaya.
Ambos se quedaron en silencio. Inés ladeó la cabeza en la pantalla.
—Me gustaría estar ahí para abrazarte. Para confortarte —dijo ella al fin. Él suspiró, resignado.
—Y a mí que estuvieras aquí, pero esto es un caos. Maia se ha venido a vivir con mis padres, marido y niños incluidos. La casa está patas arriba, las idas y venidas, los niños, las visitas, los médicos… —Se detuvo, y se acomodó de lado sobre la cama—. De verdad que necesito desconectar. Hablar de otra cosa. Por ejemplo, de qué llevas puesto debajo de esa camiseta.
—Nada. Es la camiseta del pijama.
—¿Estás en pijama a las seis de la tarde?
—¡Es domingo! —protestó ella—. Es el único día que tengo para vaguear en casa y estar tranquila.
—Quítatela.
—¿Cómo?
—Quítate la camiseta, Inés.
Ella se quedó inmóvil al otro lado de la pantalla, pero después, esbozando una sonrisa sensual, agarró el borde de la tela y comenzó a subirla sobre sus pechos. Justo antes de descubrirlos, se detuvo.
—¡Hace frío!
—Vamos Inés. Si tú te la quitas, yo me la quito. —Ella pareció pensarlo unos segundos.
—Vale.
Terminó de retirarse la prenda y se encogió de hombros, con una sonrisa tímida, sentada con las piernas cruzadas frente al ordenador. La visión de sus pechos lo excitó aún más, y se incorporó sobre un codo, atento a una visión muy diferente a lo que estaba acostumbrado.
—Te toca. ¡Quítate la camiseta! —demandó ella.
Erik no la hizo esperar. Se desnudó de cintura para arriba y arrugó la prenda entre sus manos con la necesidad de tocar algo, de sentir sus dedos ocupados.
—Uhmmm. Me ha entrado hambre de bombones. ¿No te puedes acercar más a la cámara del ordenador? —preguntó Inés, señalándolo.
—Dame un segundo.
Se levantó a cerrar la puerta con pestillo. En aquella maldita casa no había ni un ápice de intimidad. Confiaba en que nadie viniese a molestar; era ya tarde y todo estaba en silencio.
—Ahora sí. ¿Te vale? —Acercó la pantalla hasta encuadrar su torso.
—Esto es muy frustrante —se quejó Inés, y se acarició un pecho en un gesto distraído. ¿A propósito, o sin darse cuenta?
—Es cierto. Me encantaría que esa mano fuese la mía.
—¿Esta mano? —Cogió el pezón entre sus dedos y jugueteó con él hasta convertirlo en un botón duro y rosado. Por supuesto que lo hacía a propósito. Apartó la melena sobre sus hombros y paseó las yemas entre ambas protuberancias.
—Sí. Esa mano.
—A mí también me gustaría tocarte.
—¿Dónde?
—Primero en la nuca. Ya sabes que me encanta.
Erik sonrió y llevó la mano hasta la parte posterior de su cuello. Su torso se estiró, y los pectorales y los abdominales se dibujaron con precisión con el movimiento. Inés soltó un ronroneo de aprobación.
—Te gusta lo que ves. —No era una pregunta. Ella lo miraba con los labios entreabiertos y los párpados entornados mientras seguía con las caricias sobre sus pezones. Conocía lo que esa mirada significaba—. ¿Por qué no te tocas más abajo? Entre las piernas.
Inés sonrió, y llevó la mano con languidez hasta el borde de sus bragas. Erik la estudió con atención. No era encaje, ni tul, nada sofisticado. Eran unas braguitas de algodón, blancas y sin adornos. Fantaseó con la idea de arrancárselas y hundir la cabeza entre sus muslos. Su erección palpitó, enardecida.
—Vamos, Inés. Tócate.
—Vikingo mandón…
Ella se recostó, acomodándose sobre los almohadones, y deslizó los dedos bajo la tela. La imagen de la mano escondida era hipnotizante.
—Uhmmm —murmuró Inés, moviéndola en círculos justo en el encuentro entre las piernas. Cerró los ojos por un momento, y volvió a abrirlos—. ¿Y tú? Yo también quiero verte.
Erik sonrió. Primero quería verla a ella. Mirar en la pantalla cómo Inés se masturbaba estaba resultando de lo más excitante. Sentía su erección desbordar el bóxer y la piel caliente y sensible. Nunca había hecho algo así.
—Y me verás, pero quítate las bragas primero.
Inés dudó.
—Ay, Erik. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto, pero se alzó sobre las rodillas, agarró las tiras laterales de la prenda y la deslizó, muy despacio, hasta quitársela. Después apretó las rodillas y los tobillos frente a su cuerpo, y se abrazó las piernas flexionadas.
—¡Así no veo nada! Abre las piernas, Inés.
Ella apoyó la barbilla sobre las rodillas y negó con la cabeza con gesto pícaro.
—Primero quítate el bóxer. Después, ya veremos.
Erik se levantó de la cama y giró la pantalla hasta volver a enfocarla hacia él. Inés hizo un gesto de impaciencia que le arrancó una sonrisa.
—¡Venga! —dijo, demandante—. ¡Con show!
—¿Con show?
—Como si fueras un stripper. ¡Cúrratelo! —ordenó soltando una carcajada. Erik la ignoró y se quitó el bóxer sin demasiada ceremonia. Se irguió en toda su altura, abriendo las manos en señal de obviedad.
—Estás en plena forma —observó Inés, con malicia. Él bajó la vista hasta su erección. Lo que estaba era con un calentón brutal y la cosa no pintaba mal, si ella colaboraba.
—Te toca. Abre las piernas. Vamos.
Ella estiró los brazos hacia atrás y se apoyó en ellos. Muy lentamente, con un movimiento estudiado, comenzó a abrir las rodillas.
—Más —exigió Erik. Gateó sobre la cama hasta posicionarse muy cerca de la pantalla. Inés separó los pies, tan solo unos centímetros. La hendidura violácea de su sexo se entreveía entre las pantorrillas femeninas. Parecía tímida. O tal vez estaba jugando con él.
—Vamos, Inés. Abre las piernas —insistió, con un tono más agresivo. La tenue sonrisa que escapó de sus labios suaves no le pasó desapercibida. Lo hacía de manera premeditada. Lo estaba provocando.
De pronto, abrió las piernas, que abarcaron casi el ancho de su cama. El sexo de Inés se exhibió en la pantalla sin ningún atisbo de vergüenza y la boca se le hizo agua.
—Svarte Helvete —gruñó, encerrando su pene en el puño.
—Esto es muy porno —dijo ella entre risas. Seguía apoyada sobre las manos y los pezones erguidos destacaban sobre la piel pálida.
—Esto es mucho mejor que el porno —aseguró él. No sabía por qué, pero los calcetines de algodón, el cobertor de pequeñas flores y los cojines de colores le daban un contraste perfecto al cuerpo desnudo y sensual de Inés—. Quiero que te masturbes.
—Vale. Pero tú también.
No respondió. Comenzó a mover rítmicamente la mano sobre su erección, tendido de lado sobre la cama. Fascinado, miró a Inés recostarse sobre los almohadones y frotar ambas manos sobre sus pechos, para después deslizarlas por sus costados. Al llegar a las caderas, se detuvo y miró la pantalla.
—Vamos. ¡Sigue!
Era una tortura verla así. Inés obedeció y llevó las manos entre sus piernas. Por un momento, perdió el ritmo de la masturbación, al escuchar los pequeños gemidos que lo volvían loco. Con una mano, Inés acariciaba su clítoris con un movimiento suave y circular. Con la otra, tanteaba entre sus labios, hinchados y húmedos.
—Dios, ¡cómo me gustaría que fuera mi boca la que estuviera ahí, en vez de tus manos! —soltó, en una súplica. Ella sonrió, con lascivia, y aumentó el ritmo de las caricias.
—Y a mí… que fueses tú.
Su hablar entrecortado, entre jadeos, lo estaba poniendo a cien. La tensión en sus ingles se hacía insoportable. De pronto, Inés paró y soltó un largo suspiro.
—¿Por qué paras?
No pudo evitar el borde fiero en su tono de voz, pero ella negó con la cabeza y se puso de pie.
—Dame un momento. Voy a buscar una cosa.
—Inés, como me dejes así… juro que… —No fue capaz de articular ninguna amenaza, y la risita divertida de ella al aparecer de nuevo en la imagen, lo cabreó aún más—. ¡Oh!, vale. Vale.
Inés blandió su vibrador, el de color rosa, delante de la pantalla. Erik tragó saliva y no dijo nada.
—Te echo de menos. Y echo de menos… —Se detuvo un instante y lo señaló a él.
—¿Qué? ¿Qué echas de menos? —El movimiento de sus labios y la languidez de su cuerpo, tan real en la imagen de la pantalla, y a la vez tan lejano, estaban haciendo que su paciencia se disolviera.
—Tu polla.
Enarcó las cejas, sorprendido. No era habitual que fuera tan cruda al hablar. La palabra, el tono, la mirada y la expresión de su rostro hicieron que su erección, ya férrea, palpitara encerrada en su mano.
—¿Echas de menos esto? —Comenzó un vaivén perezoso y lento. El ronroneo de Inés arrancó una sonrisa de sus labios—. Vamos. ¿A qué esperas?
Inés encendió el vibrador.
El sonido inconfundible del aparato se interpuso a la música a bajo volumen que se sentía de fondo desde su habitación. Love on the brain, de Rihanna. Era perfecta. Cerró los ojos y fantaseando con el recuerdo de Erik, deslizó la punta del vibrador por su cuello. Lo llevó entre sus pechos y rozó con él sus pezones. Su piel se erizó con el contacto y las imágenes evocadas.
—Así es como lo harías tú, ¿verdad?
Erik no respondió, y ella abrió los ojos para cerciorarse de que seguía ahí. Vaya que si seguía ahí. De rodillas, frente a la pantalla, el torso magnífico en tensión, la mano empuñando su pene, la mirada hambrienta que tan bien conocía.
—Dios, ¡cómo te echo de menos! —exclamó, sin poder esconder cierta desesperación. Solo habían pasado cinco días. Cinco. Tenía la sensación de que habían sido semanas. El cuerpo le dolía por la necesidad de contacto, el sexo se apretaba por la necesidad de sentirlo dentro. Soltó un suspiró y llevó el vibrador entre sus piernas.
—Ah, liten jente —murmuró él, extasiado.
Inés paseó el vibrador por sus labios endulzados, por encima de su clítoris, por su monte de Venus, pero no era lo que necesitaba. Lo introdujo tan solo un par de centímetros y comenzó un lento vaivén. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Lo alternó con movimientos circulares que presionaban el área más sensible de su sexo. Erik soltó un par de palabrotas en noruego y ella perdió el ritmo.
—No pares. Más adentro, Inés.
Ella emitió una risita ahogada. Ni siquiera la distancia ni el filtro que suponía la pantalla del ordenador lo detenían para darle órdenes. No. Todavía no. Llevó la otra mano a sus pezones y los recorrió con un dedo. No era lo mismo, por mucho que tratase de imitar los movimientos de las manos expertas de Erik sobre su cuerpo. Era increíble lo que provocaban en ella.
—Echo de menos tus manos —dijo en un suspiro entrecortado. Cerró los ojos, arqueó el cuerpo, separó un poco más las rodillas e introdujo el vibrador hasta el fondo.
—Ah, kjaereste.
Inés miró la pantalla mientras se masturbaba. Era curioso verse desnuda, hipnotizada por el movimiento rítmico del vibrador que entraba y salía de su sexo, en el pequeño cuadrado de pantalla que la reflejaba a ella. Curioso, no. Morboso, excitante. Y lo era más aún la imagen principal, que mostraba a Erik. Un gruñido ronco atrajo su atención hacia el rostro masculino. Los labios entreabiertos, humedecidos por su lengua, los ojos azules y fieros, la melena rubia, demasiado larga, acariciando la línea de su mandíbula.
Empujó la punta del vibrador hacia adelante, buscando el punto mágico. No era lo mismo, pero era bastante satisfactorio. Por un momento se desconectó de Erik para concentrarse en las oleadas de placer que se iniciaban en el punto más candente de su cuerpo. Sentía acercarse el orgasmo de manera inevitable.
—Inés… ¡Inés! —llamó Erik. Ella protestó. La había distraído y las oleadas se espaciaron, alejando el clímax—. Quiero que me mires mientras te corres. Vamos. Mírame.
Ella engarzó la mirada en la pantalla con sus ojos azules y demandantes. Acomodó el ritmo del vibrador al de su puño. Era demasiado lento.
—Más rápido —rezongó, con un mohín sensual en sus labios. Erik esbozó una sonrisa torcida, pero aumentó la velocidad de la mano sobre su erección.
—Uhmmm… Inés… —No acabó la frase. Los abdominales se marcaban a la perfección en una cuadrícula que a Inés le hizo la boca agua. Ella jadeó. El vibrador zumbaba a máxima potencia ya. Los relieves acariciaban en el lugar justo. Estaba cerca. Muy cerca.
—¡Más rápido, Erik! —demandó con urgencia. Con un gemido entrecortado soltó el vibrador y se pellizcó con fuerza los pezones. La corriente que alimentaba su sexo descargó el latigazo final y se dejó arrastrar por la lujuria. Las contracciones rítmicas de su interior dejaron su cuerpo deshecho en lava caliente, trasformada en una masa informe de piel brillante y sudada, respiraciones jadeantes, y humedad dulzona.
—Qué puto desastre —gruñó Erik.
Inés salió de su nirvana y alzó la cabeza. Se echó a reír, divertida, al ver que Erik también se había corrido y se miraba las manos cubiertas con su semen.
—Qué desperdicio —susurró Inés, pasándose la lengua con lascivia por sus labios hinchados.
—Esto me lo vas a pagar caro —dijo él, también sonriendo, pero dejando entrever el tono amenazador. Inés se mordió los labios y asintió.
—Cuando quieras.
©MimmiKass Todos los derechos reservados.
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Gran primer capítulo, así no importa mantener unos días una relación a distancia?. Deseando saber más de Inés y Erik?
¡Mil gracias por tu comentario, Mar! La tecnología es una ayuda inestimable en nuestros días. Y si llevas una relaciòn a distancia…¡IMPRESCINDIBLE! ?
Muy bien, pero me quedo con ganas de saber que pasara mas adelante, digo solo han pasado 5 días y ya están así.. El sexo virtual algo que mas de una pareja ha practicado y así tal cual es. Muchas gracias mimmi por esta probadita ?
Gracias a ti por comentar, Sara ?. Es cierto, aunque en este caso, Erik e Inés tienen la suerte de una buena conexión con fibra óptica ?y eso no siempre es posible! Ya no queda nada…????
Vamos a flipar con este libro, A-FLI-PAR !!!
¡Eso espero, linda! Y que la novela esté a la altura de lectoras como tú. Mil besos ???
Vaya primer capítulo!!. No puedo esperar a que llegue el día de tener el libro completo y saber más de Inés y Erik. Ay, que otras escenas nos traerán estos dos…
¡Me alegra muchísimo que te haya gustado, Yolanda! ???? Va a haber muchos momentazos, de eso puedes estar segura. ¡Mil besos enormes, y gracias por comentar! ?
?Uffff… Me va a dar algo! ?? y lo voy a tener el día de mi cumple!??
Felicidades!! Tus novelas son de mis favoritas … Saludos desde México.
¡Muchísimas gracias por tus palabras, Karina! Me hace mucha ilusion que me leáis en México, país que me encanta. Espero que disfrutes muchísimo con esta novela. Besos enormes ?
Excelente excelente excelente mi tesoro. Esta probada estuvo suculenta. El libro entero, UN FESTÍN. La distancia duele. Pero el Skype me fascina?
Me encanta que hayas disfrutado con el viking skype! Mil gracias por las risas, bella! Besos enormes ???