Mujer poliédrica

Hoy es el día de la mujer y me apetecía escribir algo. Nada demasiado intenso ni profundo, solo sincero y desde mi propia experiencia. Mi cumpleaños ha sido hace poco y siempre me pongo un poco mística. Serán cosas de la edad.

Me genera un poco de arrugamiento de nariz la discusión que se desató con las aseveraciones de Samanta Villar respecto a su maternidad. No comparto con ella el hecho de decir que perdemos calidad de vida al ser madres, pero tampoco voy a invitarla a haberse comprado un Nenuco por pensar que la maternidad no era lo que esperaba.

Con lo que sí estoy de acuerdo es con la idea, ya explotada (con muchísimo más acierto, y bastante antes) con la premisa de Orna Dorath en Madres arrepentidas, donde denuncia que la maternidad no es la cúspide de la pirámide de la realización de la mujer como ser humano, tal y como la sociedad nos ha prometido.

Un momento.

¿En serio la sociedad nos ha prometido eso?

Creo que existen foros suficientes donde la maternidad se despoja de su halo de santidad y perfección para mostrar la realidad maravillosa, sí, pero también descarnada de lo que significa tener hijos. Lo digo donde haga falta: tener hijos es el revulsivo vital más potente que existe, pero (y mis hijos perdonen a su imperfecta y poliédrica madre) no es lo único que me define como mujer.

Parece que estamos destinadas a ser libros de páginas planas, cuyos capítulos tenemos que ir cumpliendo según un guion que se nos da por supuesto: nacimiento, infancia feliz sin dar mucha guerra, adolescencia problemática pero no demasiado, fórmate pero no seas polémica, lucha por abrirte un hueco en el mundo laboral, emparéjate, cuando todo esté más o menos estable, ten hijos. Y entonces, al mirar los ojos primigenios de tu recién nacido, la felicidad te inundará y habrás culminado tu existencia. Ya.

Recuerdo una de las primeras noches en casa con mi hijo, aquel paquetito rojo y furioso, que me miraba con aquellos ojos oscuros y sabios, mientras chorreaban las lágrimas en un concierto a grito pelado. Mirarlo en brazos junto al vikingo, y decir: “Soy pediatra, joder. ¡Debería saber qué le pasa!”, y verme reflejada en su cara de pánico, y en la sensación de no tener ni la más mínima idea. Pero aprendes. Reajustas. Improvisas, sigues tu instinto, y la cosa mejora. O, ¡pobres! Quizá solo es que crecen. Al fin y al cabo, es la primera vez que tienes hijos. Vienen a ser tus “hijillos de indias”. Y tú también creces. Vaya si creces. Lecciones desde el día cero de su nacimiento.

Volviendo a la idea, que me voy por las ramas. Otra opción, muy gráfica, es la escalera. Tenemos que ir subiendo escalones, pero como si fuera una carrera de obstáculos. Esa sensación sí la tengo a veces, lo confieso. La de que voy superando pruebas para alcanzar no se sabe muy bien qué meta, y que la cosa se pone cada vez más empinada.

La vida en páginas.

La vida en escalones.

Pero ¿por qué la sociedad se empeña en vernos tan planas?

Para mí, construir mi vida como mujer es montar un poliedro de mil facetas, con sus vértices puntiagudos, con sus aristas. Todas contribuyen a hacerme completa y a constela lo que soy. Ninguna faceta tiene porqué desplazar a otra, aunque sí pueden ser irregulares. Y me imagino esas facetas de distintos colores, algunas más vibrante y luminosas, otras más oscuras y apagadas, pero todas nuestras.

La maternidad es una de esas facetas, y es importante para mí. Cuando estoy con mis hijos, ni siquiera contesto si me llaman por teléfono, pero llega un momento, específicamente a las 9 de la noche, en que estamos todos cansados y se inicia lo que yo llamo la espiral de la “maldad”, en que necesito que la luz se refleje en otra faceta. Con urgencia.

Entonces, cuando están dormidos, mi poliedro gira y suelo cultivar mi faceta de mujer que puede escuchar en silencio sus propios pensamientos. O ir al cuarto de baño sola, para más datos. Quizá leer un poco, escuchar algo de música… Un poco de paz.

Después, viene mi faceta en pareja. Soy mujer de un solo hombre, lo reconozco y a mucha honra, en esta época donde la monogamia parece estar demodé, en especial en los círculos donde me muevo últimamente. Alguna vez os contaré mi teoría de los monomangos y las polialcachofas, por cierto, pero no ahora. Ahora le toca a mi faceta de mujer pareja. El vikingo es un compañero formidable, y también necesito esa parte de mí que me pide estar con él. En todo sentido. Y no solo por el sexo, que es importante, pero no lo único, hablo de estar en sintonía. Ver una serie en Netflix, que me cuente sus preocupaciones y descargar en él las mías, tirar del carro del proyecto loco que estamos construyendo entre los dos, reevaluarlo y modificarlo si hace falta. A veces a grito pelado, lo confieso. Forma parte del cuento. De la faceta.

La faceta que me une a otros poliedros, quiero decir, a otras mujeres, es a veces escabrosa. Me gusta pensar que soy buena hermana, hija, amiga, buena compañera de trabajo, pero a veces sé que no estoy a la altura de ese maravilloso concepto que es la sororidad. Otras veces, son las demás las que, en busca de encontrarle sitio a su propio poliedro, empujan el tuyo para que caiga. No deberíamos hacer eso, si nos atacamos entre nosotras, perdemos fuerza. Le estamos haciendo el trabajo al machismo.

Podría seguir con muchas más de estas caras, pero creo que ya he trasmitido la idea. Soy todas y cada una de esas facetas: mujer madre, mujer pareja, mujer trabajadora, mujer escritora, mujer amiga, y no tengo por qué renunciar a ninguna de ellas, porque todas me conforman. Soy una mujer poliédrica.

Hay dos ejemplos en que la sociedad se empeña en aplanarte e impedir que desarrolles varias facetas a la vez. El primer ejemplo es la conciliación laboral y familiar. Permitidme. ¡JA! Y eso que yo soy una privilegiada.

El segundo ejemplo, es cuando hay gente que no entiende que en tu poliedro pueda coexistir una faceta erótica importante con que seas madre de dos niños y médico de profesión. ¿Será una versión postmoderna del estereotipo de que la mujer, o es santa, o es puta? Para quien no lo conozca, y simplificando sin meterme en Freud ni la religión, este mito defiende que, como ser madre te eleva a la categoría de santa, debes reprimir cualquier idea de sexualidad. Y, claro, como los médicos somos ángeles, tampoco follamos, o al menos no podemos decirlo. (Perdonad que me ponga cínica, es que estoy escuchando en la radio los porcentajes sobre la brecha salarial, los “pequeños” abusos que todas hemos sufrido en situaciones cotidianas, como ir andando por la calle, y los últimos datos sobre violencia de género. Dieciocho muertes oficiales, veinte en realidad).

Por eso, cada vez que intentan aplanarme impidiéndome vivir una de mis facetas, yo la peleo con uñas y dientes, y me reafirmo: soy un poliedro.

A veces ocurre que el universo coge en su mano el poliedro que soy, y lo lanza a rodar por el suelo. Entonces mis vértices chocan contra el asfalto y saltan chispas, mientras intento acomodarme a la realidad que me rodea. La amalgama que une mis aristas se resiente y se reacomoda para encajar una situación, y tal vez, las facetas cambian de tamaño o de color. Hasta hace poco, mi faceta de maternidad era enorme y brillaba de un rojo fulgurante. Hoy se ha transformado en algo un poco más fluido, vestido de un galimatías de colores. Mi faceta de escritora crece, y su superficie rugosa y áspera se va puliendo. Y así. Todos los días.

Otras veces, el universo no es tan divertido y te estrella sin piedad contra el suelo. El poliedro salta por los aires en una mezcla de mierda y purpurina a partes iguales. El estrés, un imprevisto, las preocupaciones acumuladas. Un palo de los gordos.

No importa.

El poliedro se reconstruye y resurge, y vuelvo a estar entera.

Que no nos hagan pensar que somos planas.

No renuncies a tus múltiples facetas.

Y tú, ¿cómo te sientes? ¿Eres también poliédrica?

Con cariño,

©Mimmi Kass.

 

Y otra de mis facetas es la de escritora. Te invito a sumergirte en el mundo de Inés y Erik en la saga En cuerpo y alma, una historia de crecimiento erótico, emocional y personal, fuera de los estereotipos del amor romántico, y abordando tabús desde una perspectiva sensual y elegante. Tienes aquí el booktrailer de la primera novela, los primeros capítulos y algunas reseñas.

 

 

 

 

Ardiendo es mi primera novela de publicación editorial bajo el sello de Harper Collins (Harlequin). «La mezcla perfecta entre erotismo y suspense, una preciosa historia de amor en los paisajes de Galicia, y el fascinante y cruel mundo de los incendios».

Te dejo aquí los primeros capítulos, pero te lo advierto, una vez que los leas, ¡no podrás parar!

 

Javiera Hurtado Escrito por:

Cazadora de sensaciones. Médico y escritora. Viajera infatigable. Romántica y erótica. Ganadora del XII Premio Terciopelo de Novela.

6 comentarios

  1. Supra
    8 marzo, 2017
    Responder

    Mimmi totalmente identificada!!! Que bien lo expresas. Con algunos años mas (llegue a los 50) y con una carrera a cuestas, familia, ser hija madre amiga esposa etcccccc. Y a veces el sistema o lo que sea nos intenta aplanar. La lucha es no perder nuestra esencia ni nuestros matices

    • 16 marzo, 2017
      Responder

      ¡Hola, Supra! Y yo estoy totalmente de acuerdo con tu comentario. Llegará el día en que las cosas fluyan, y salgan de manera natural, pero por el momento, tendremos que luchar por nuestros espacios con uñas y dientes. Mil besos, y gracias por comentar.

  2. Claudia González
    15 marzo, 2017
    Responder

    Wuau Mimmi, es tan cierto lo que dices y estoy tan pero tan de acuerdo con cada uno de los puntos que mencionas…
    Una vez más un aplauso para ti, eres genial!!!

    • 16 marzo, 2017
      Responder

      Mil gracias, Claudia, y bienvenida de nuevo a mi rincón. Me alegro de que te sientas identificada, todas somos poliédricas. ¡Basta de intentar hacernos ver planas! Un beso enorme desde España.

  3. Manuel Aguilar Grajeda
    16 marzo, 2017
    Responder

    Dos cosas, la primera, creo que lograste mostrar el talón de aquiles, no solo de las mujeres; sino, también de los hombres (me incluyo), tu como mujer puedes pensar o decir o tal vez creer que solo eso les pasa a ustedes, las mujeres, que las quieran ver «planas» o «hacer planas», para nada, lo mismo pasa con los hombres, y considero que un poco más por el simple hecho de que se viene arrastrando con la vieja idea de que el hombre, para ser hombre, debe ser el «proveedor» de su casa, imaginate la enorme loza que se lleva a cuestas, asi que Mimmi, en lo personal, te lo digo, esta vida, esta epoca o esta etapa, que nos ha tocado vivir, exige hombres y mujeres productivos, que consuma; pero no hombres y mujeres que cuestionen el estado de cosas actual y ¡hay de aquel o aquella que se atreva!, LA INCULTURA DE LA CULTURA, entre nosotros mismos nos jalamos, como la fabula de las ranas en la pecera, al ver salir una, la jalan, para que no salga, ya lo escribio el propio Neruda «Sucede que me canso de ser hombre», YO ESTOY CANSADO DE SER HOMBRE y por supuesto que he hechado por el suelo muchas ideas absurdas y ¿que me he ganado?, TRANQUILIDAD, INDEPENDENCIA, esta en cada uno, en su valentía, para que defienda su propio SER. (creo que ahí radica la clave, entre trascender o pasar desapercivido en la vida) ¿no crees?, segunda cosa. ME LIBERO TU ARTICULO, felicidades, ya se lo comparti a mi esposa.

    • 16 marzo, 2017
      Responder

      ¡Hola de nuevo, Manuel! Así es, yo lo expongo desde mi condición de mujer, pero me gusta que los hombres se sientan también identificados. ME alegra escuchar que el artículo te haya liberado, creo que las experiencias relatadas desde la sinceridad siempre generan algo en quienes las leen. A mí me pasa lo mismo al leer tu comentario. Mil besos desde España.

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