Radiografía del Deseo: Residentes

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RESIDENTES

 

Martes. Inició su protocolo mañanero con Elton John como acompañante. Música, siempre música. Y baile. Gracias al ballet se mantenía en forma, pero le vendría bien volver a correr con regularidad. Dentro de nada cumplía veintiocho y los años no perdonaban. Se acercaba peligrosamente a los treinta.

Comenzó a vestirse, y sonrió al ver su reflejo en el espejo. La lencería bonita era una de sus debilidades y había comprado ese conjunto de manera expresa para que le diera suerte. La necesitaba. Volver al hospital no había sido lo que esperaba y seguía presa de sensaciones encontradas. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Miró de reojo el reloj y se tendió de nuevo en la cama. Si estaba nerviosa, sabía qué hacer para remediarlo.

Deslizó sus dedos bajo las bragas de encaje de color rosado y buscó su sexo. Con la otra mano, desplazó las copas del sujetador y expuso sus pezones. Cerró los ojos, abandonándose a la sensación de acariciarse mientras recurría a su imaginario erótico habitual, pero un rostro nuevo se atravesó en sus pensamientos. Erik Thoresen. Por un momento, el recuerdo de los ojos azules, los brazos torneados y la boca sensual la desconcertaron, pero ¿por qué no? Recorrió su entrada con firmeza e insistió en las alas de su clítoris, evitando por el momento el núcleo enardecido, mientras fantaseaba sobre cómo sería si él la tocase. Comenzó a respirar de manera entrecortada. Su corazón latía con fuerza al tiempo que sus dedos aumentaban el ritmo, tanto al frotar su clítoris como pellizcando sus pezones.

—Oh, perfecto… —murmuró al percibir las contracciones rítmicas de su interior y la sensación de bienestar que la inundó al llegar al orgasmo. Ya no estaba nerviosa. Se dio un par de minutos para recuperar el aliento y volvió a mirar el reloj.

—Mierda.

Era un poco tarde, así que se vistió a toda prisa y apuró el café, de pie en la cocina. Se dio un toque de maquillaje frente al espejo de la entrada para intentar camuflar la palidez que se había traído del invierno nuclear de Minessota. Tenía que tomar un poco de sol, con urgencia. Le echó un último vistazo al reloj y se puso en marcha. No podía llegar tarde otra vez.

 

—Vamos. Es la hora.

Erik echó a andar, sabiendo que, si no se movía, Guarida seguiría enterrado en papeleos pendientes. Estaba roto por la guardia de mierda del día anterior, pero antes de irse a casa, quería saber qué pasaba con el paciente con fiebre de la UCI Pediátrica. Prefería que no lo llamaran después por cualquier complicación. Un niño con una comunicación interauricular que no había dado problemas en la cirugía.

¿Dónde estaría Daniel? No lo había visto preparando el instrumental ni en los despachos. Si llegaba tarde otra vez, no lo dejaría entrar a quirófano. Estaba harto de la irresponsabilidad de los residentes.

El equipo de pediatras ya rodeaba la primera cama de la UCI. Ahí estaba la morenita. Inés. «No. Dra. Morán», se corrigió. Creyó advertir una sonrisa fugaz en sus ojos grises, pero no correspondió. Más le valía mantenerse alejado o Guarida acabaría por perder la paciencia con él.

Su pupilo entró a toda prisa y se unió al grupo, pero Erik señaló el enorme reloj de la pared de la UCI para hacerle saber que había llegado tarde. Otra vez. No eran los cinco minutos, que no tenían ninguna importancia, era el hecho de no cumplir con un deber sencillo. Si no era capaz de ser puntual, ¿cómo iba a enfrentar como primer cirujano una operación a corazón abierto? Vio a Daniel palidecer bajo su tono bronceado. Sabía perfectamente que había metido la pata y que habría consecuencias. Bien. Así no lo repetiría.

Prestó atención al residente, que comenzaba el relato del paciente que le interesaba. Después podría irse a casa. No. Mejor al gimnasio, necesitaba moverse. Disipar energía.

—Jorge, cuatro años, sexto día tras cirugía de comunicación interauricular. Inició fiebre en las horas siguientes a la intervención… analíticas compatibles con proceso infeccioso, indicándose antibiótico. Persistencia de la fiebre… por lo que se repiten analíticas que no muestran mejoría. —El chico se detenía de vez en cuando a revisar sus notas. ¿No había tenido tiempo para revisar los pacientes antes de la visita? Su malestar aumentó. ¿Qué les pasaba a los becados? ¡Tenían que reaccionar! Estaban en una UCI de alta complejidad, no en una cafetería—. Se cambian antibióticos a… Imipenem, con cese de la fiebre. Pendiente de resultado de cultivos. Hoy probable alta a planta.

—¿Y la valoración cardiológica? Este paciente necesita una ecografía. —Su voz tronó en el silencio de la UCI. No era lo que pretendía, pero no era capaz de disimular su enfado. ¿Cómo no iba a ser importante esa información?

El residente lo miró, nervioso, negando con la cabeza y el cirujano apretó los labios en una línea fina de desaprobación.

—¿No ha venido ningún cardiólogo en todo el fin de semana?

El pobre residente balbuceaba, intentando defenderse.

—Aparte de la fiebre, no hubo ninguna complicación, mejoró rápidamente con el cambio de antibiótico y… —El chico buscó con mirada de auxilio a los adjuntos mientras intentaba encontrar alguna excusa. Erik hizo un gesto airado con la mano y el residente cerró la boca de inmediato.

—Si hay fiebre, hay que descartar endocarditis. ¿Nadie llamó a los cardiólogos?

En la UCI se instaló un silencio sepulcral. Esto sí que era intolerable. Sintió la ira ascender por su garganta y tensó los brazos a ambos lados del cuerpo con disimulo. Respiró un par de veces para reprimir el acceso y controlar el tono de voz, pero uno de los pediatras de la UCI lo interrumpió, algo molesto. Mejor. Le daría tiempo a calmarse.

—Con la evolución se descarta ese diagnóstico. Sospechamos una infección de orina y hoy tendremos el resultado del urocultivo.

Varias voces y algunos gestos de asentimiento le decían que no era el único en pensar aquello, entre ellos, la residente de cardiología. Erik frunció el ceño, ella más que nadie debería saber que no era lo correcto.

—Hasta que no vea un corazón libre de infección, yo no descarto nada. ¿Quién está hoy de cardio?

Todas las miradas convergieron hacia Inés y Erik se sorprendió al escuchar su respuesta serena.

—Si me dices dónde está el ecógrafo, puedo darte un informe preliminar, Erik.

¿De dónde sacaba esa seguridad? Creía haber entendido que era de primer año, pero no veía a ninguno de los cardiólogos. Valdría la pena quedarse y ver cómo se desenvolvía sin un adjunto.

—De acuerdo. Al terminar la visita lo vemos.

 

 

Todos se desplazaron a la siguiente cama, más relajados y cuchicheando sobre lo que acababa de pasar. Inés estudió al cardiocirujano, sorprendida por su intransigencia. Objetivamente, tenía razón, pero ¿hacía falta ser tan desagradable? El niño había mejorado y la ecografía podía esperar.

Los pediatras de la UCI pasaron al frente, atentos a las explicaciones, y Daniel se acercó a ella con una mueca de desagrado.

—Tú siempre por la puerta grande, ¿eh? —la reprendió en voz baja. Inés lo miró, alucinada.

—¡Pero si yo no he hecho nada!

—Para empezar, nadie tutea a Thoresen. Y acabas de llegar. Tienes que ubicarte o te van a llover palos por todos lados.

El residente carraspeó de nuevo, nervioso, y prosiguió con su relato, pero lo ignoraron. Inés le lanzó una mirada a Erik, que revisaba gráficas en el ordenador, ajeno a la visita.

—Para empezar —rebatió ella, entre dientes—, fue él quien me dijo que lo llamara Erik. Y, en segundo lugar, no me he ido a hacer turismo a USA, ¿sabes? —Estaba indignada por la poca fe de su amigo—. Puedo hacer perfectamente lo que me pide. ¿Y por qué no está Hoyos en la visita?

Pasaron al siguiente paciente e Inés le echó un vistazo al pequeño tendido sobre la cama. Estaba muy deteriorado.

Tenía un daño neurológico muy severo. Uno de esos niños que le llegaban al alma, que a veces le daban ganas de salir corriendo muy lejos, pero que sacaban lo mejor de ella como médico. Daniel volvió a interrumpir sus cavilaciones.

—Últimamente no viene nunca a pasar visita, viene algún otro cardiólogo, y los residentes.

Inés lo miró, sorprendida, eso sí que era novedad. Realmente su tutor se estaba haciendo viejo. Y Viviana Yáñez, su residente mayor, tampoco estaba allí. ¿Qué le habría pasado?

A los pocos minutos, la visita se acabó por fin e Inés se vio arrastrada por Dan hacia Thoresen. El escandinavo levantó la vista del ordenador brevemente y siguió con lo que estaba haciendo.

—Un celador traerá el ecógrafo, en cuanto llegue, te pones con ello —dijo sin dejar de mirar la pantalla.

Okey, no problem! —asintió Inés, alegre como siempre, aunque no apreciaba sentirse ignorada.

—¿Tienes algún problema con el castellano? —le preguntó con sorna el cirujano.

Un momento.

¿A qué venía ese comentario? Daniel le lanzó una mirada preocupada, pero ella soltó una carcajada divertida.

—Lo siento. No puedo evitarlo. Acabo de pasar un año en Rochester y se me escapan las expresiones. ¿No sabes inglés? —añadió con extrañeza fingida y mirándolo con expresión inocente.

Erik apartó por fin la vista de la pantalla del ordenador y la miró con atención.

—Mi inglés es perfecto —respondió molesto.

—¡Entonces seguro que nos entenderemos de alguna manera! —dijo ella con su sonrisa más luminosa.

Menudo gilipollas. ¿Dónde había quedado el hombre seductor y carismático del día anterior? «¡Vete al logopeda para que no se te note el acento, vikingo cabrón!», lo insultó en su mente, pero Daniel se la llevó casi a rastras hasta la cama del paciente, con cara de ponerse a convulsionar en cualquier momento. Thoresen parecía haberse tragado un limón. No podía llamarle la atención por hablar en inglés… ¿o sí?

—Inés, escúchame por favor —volvió a advertirle su amigo—. ¡Ten cuidado con Erik! Este gallo es un genio, pero puede llegar a ser un auténtico cabrón. A veces le gusta ensañarse, lo he sufrido en mi propia carne.

Ella se encogió de hombros.

—Si meto la pata en algo de cardio, puede ensañarse lo que quiera. El resto, no es de su puñetera incumbencia.

Dan movió la cabeza con consternación.

Esto iba a ser muy divertido. Inés recordaba perfectamente algún episodio de gritos e imprecaciones que ella misma había sufrido durante su formación como médico, pero ahora tenía unos cuantos años más y ya no estaba para sandeces de ese estilo. No iba a aguantar que Thoresen, ni nadie, la humillara en su puesto de trabajo. Estaba aprendiendo, sí, pero también estaba trabajando. No entendía el servilismo aborregado de Daniel. El año en Estados Unidos le había abierto los ojos y cortar el cordón umbilical que la unía al Hospital San Lucas le permitía ver las cosas con más objetividad.

 

La llegada de la máquina detuvo sus cavilaciones. Estudió el teclado de mandos y apagó las luces más directas sobre la pantalla para evitar reflejos molestos. El pequeño estaba bastante sedado, así que no sería difícil hacer la prueba. Al poner el transductor en el pecho, agradeció que todo se visualizara a la perfección.

Los médicos se agruparon en torno al aparato y Thoresen se situó justo detrás de ella, tan cerca que podía percibir la traza sutil de su perfume. La verdad era que se estaba poniendo un poco nerviosa, ¿acaso la gente no entendía el concepto de espacio vital? Por un momento, no pudo evitar pensar en lo que él, sin saberlo, le había regalado aquella mañana, pero pronto se olvidó de todo, a medida que se sumergía en el procedimiento: no había infección en el corazón. Ni rastro de endocarditis.

—Quiero que lo confirme un adjunto —exclamó Erik, mirándola con expresión adusta y algo irónica.

—A mí me ha parecido una ecografía perfecta —apoyó Dan con lealtad.

Inés volvió a sonreír, impertérrita.

—Por supuesto, Erik. Por favor, no te olvides de hacer la interconsulta.

Hizo un gesto de despedida con la mano y dio media vuelta para marcharse a la Unidad, llegaba tarde, y no pensaba dedicarle a aquel vikingo arrogante ni un segundo más.

 

—¿Es residente de primer año? —le preguntó Erik a su pupilo, que se afanaba en tomar los datos del paciente para hacer él mismo la interconsulta.

—¿Inés? Sí. Pero pasó un año en el Center of Congenital Heart Disease de la Clínica Mayo, por eso tiene tanto nivel. Además, haciendo Pediatría, también se centró bastante en UCI y cardio —respondió Daniel.

Elevó las cejas, apreciativo. A su pesar, estaba impresionado, pero prefería no darles alas a los residentes. Los elogios los volvían confiados. Así que no dijo nada y se encaminó hacia los quirófanos. Su pupilo terminó con el papeleo a toda prisa y trotó para alcanzarlo. Aquella mañana tenían trabajo hasta las cejas.

 

Ya en la Unidad, Hoyos la esperaba en el despacho, algo impaciente.

—Buenos días, ya estoy aquí —saludó, insegura. Su tutor le regaló una sonrisa afable y una cara de interrogación.

—¡Estás muy atrasada!, vas a tener que darte prisa —indicó, señalándola con un dedo aleccionador.

—He tenido que valorar a un niño en la UCI, traigo el número de historia para revisar las imágenes de la ecografía.

Hoyos la miró con seriedad por encima de sus gafas.

—Inés, como residente de primer año, no te corresponde hacer ese trabajo. Es cosa de Viviana.

—¡Pero no había nadie más que yo en la visita! —contestó ella, con gesto de no entender nada.

—No importa. Eres residente de primer año y tu sitio está en la consulta.

Inés dejó escapar un suspiro resignado. Era cierto. Iba a tener que reajustar sus expectativas.

—A trabajar. Te voy a estar vigilando —le advirtió, señalando el ordenador.

 

Luisa tenía el electrocardiograma listo cuando Inés por fin llegó a la consulta. Era una maravilla tenerla de enfermera. Saludó al pequeño paciente y a su madre, y se disculpó por la tardanza. La mujer contestó a sus preguntas de manera cortante y mantuvo el gesto enojado durante todo el procedimiento. No la culpaba, había esperado durante casi una hora. Pero cuando se sentó frente al ecógrafo y sostuvo la sonda, no pudo evitar sonreír. Empezaba una nueva etapa. No podía estar más feliz.

 

Por la tarde, ya no estaba tan segura.

Eran más de las siete cuando por fin terminó los informes. Entre el retraso por culpa de Thoresen, y su falta de conocimiento de cómo funcionaba la consulta, no pudo teclear absolutamente nada. Así que, después de casi dos horas frente al ordenador, una pila de sobres la esperaba encima de la mesa mientras colgaba la bata en su taquilla y recogía sus cosas para marcharse.

En la Unidad no quedaba nadie. Se moría por beber un vaso de agua, o mejor, una Coca-Cola fresquita. Salió del despacho de residentes con los sobres en la mano, pensando en la utilidad de un botón de teletransportación en el control de enfermería.

—Buenas tardes, Inés.

La voz grave de Thoresen la hizo girarse, asustada. Los sobres cayeron desparramados en el suelo y ambos se agacharon a recogerlos. Inés volvió a identificar el olor de su perfume. Era delicioso. Consternada, sintió que se le erizaba la piel.

—Gracias, me has asustado —murmuró nerviosa, recibiendo los sobres que él había recogido para ponerlos en su sitio—. Pensé que estaba sola en la Unidad.

Erik la observaba apoyado en el mesón central. Sí que le sentaba bien el azul marino del uniforme de quirófano.

—Estoy de turno de llamada de cirugía y me necesitaban en la UCI cardiaca de adultos. Vengo aquí para desconectar. Ayer tuve guardia y estoy harto de estar en el hospital —respondió él.

—¿Haces guardias de presencia física? —preguntó Inés con curiosidad. Eso sí era una novedad. Los cardiocirujanos solían estar de llamada, nunca presenciales. Y menos en una UCI de alta complejidad. Eso lo sacaba de la categoría de «fontanero/carpintero» en la que solía encasillar a todos los cirujanos.

—Sí. Todos los lunes —contestó él.

Inés esperó en vano a que añadiese algo más.

—Ah —dijo al fin, igualmente breve, hasta que cayó en la cuenta y sonrió—, pues entonces coincidiremos. Me han asignado el turno del lunes también.

—¿En la UCI pediátrica?

—Claro.

—¿Como staff?

—Ehm… pues claro. —¿Acaso no se daba cuenta de que ya era pediatra titulada? Menuda conversación absurda.

—Ah. Sí. Ya nos veremos.

—Así es —repuso ella, con ganas de echarse a reír. No se podía ser más insípido. Soso. Sieso. Antipático—. Bueno, ¡me marcho!, que tengas buena guardia.

—Sí, sí… —contestó él con aire resignado.

 

Inés salió de la Unidad con una sensación extraña. Erik era bastante raro. Se encogió de hombros: en realidad, le importaba bien poco. Al fin y al cabo, no era su problema porque, al margen de verse en la visita y en los quirófanos, no tendrían por qué relacionarse más. ¡Cirujanos!…

 

Tenía que darse prisa, o no llegaría a tiempo al Teatro Municipal. En el metro, revisó su bolsa de deporte para confirmar que no se había olvidado de nada: las zapatillas de ballet, las puntas y el resto del equipo. Por fin retomaba sus clases de danza.

¿Cómo la recibiría Cecilia? Llevaba diez años bailando con ella, hasta llegar a tercero de conservatorio, pero cuando las cosas empezaron a ponerse demasiado serias, dejó de examinarse. Bailaba porque le gustaba y se mantenía en forma, no para sufrir. Aunque la profesora la considerara mediocre por ello.

Salió del metro a la carrera. Pese a ser casi las ocho de la tarde, hacía un calor infernal y agradeció el frescor del majestuoso edificio de piedra. Las voces y risas de sus compañeras la estimularon a apretar el paso hacia los vestidores. Un coro de gritos y exclamaciones de sorpresa le dieron la bienvenida, y recibió abrazos y besos emocionados, con algunas caras nuevas observando con diversión el despliegue. Nacha, su mejor amiga, se mantuvo en un segundo plano. Cuando Inés hubo saludado a todo el mundo, se acercó aparentando indiferencia.

—Hola, princesa. Ya era hora.

Se miraron separadas unos pasos, hasta que no aguantaron más y se fundieron en un abrazo. Inés sintió las lágrimas agolparse ardiendo tras los párpados. Habían hablado por teléfono, se habían escrito cientos de emails, pero verse en carne y hueso era algo muy distinto.

—¡Ay, Nacha…! —musitó con voz trémula—. ¡Te he echado tanto de menos!

—Y yo a ti, princesa —respondió su amiga, sonriendo—. Vamos antes de que la vieja nos eche de clase. Después nos tomamos un vinito y nos ponemos al día.

Justo a tiempo. La enjuta profesora entró al vestuario para averiguar qué detenía a sus pupilas y dio unos golpes secos en el suelo con su bastón para llamarlas al orden. Varias risas femeninas recorrieron la habitación mientras se ponían en fila. Inés esperó a un lado a que la situara. Cecilia la miró con semblante serio, pero sus ojos brillaban sonriendo. Le hizo un gesto con la cabeza sin emitir ni una sola palabra e Inés ocupó su antigua posición. No podía estar más feliz.

El piano marcaba las notas del calentamiento e Inés comprobó desolada que el año fuera le había pasado factura. Estaba horriblemente oxidada. Aguantó estoicamente los gritos de Cecilia, se iba derecha al nivel básico, pero no importaba. Volver a calzarse las zapatillas de ballet era suficiente y pronto estaría en forma de nuevo.

 

Una hora después, tras una ducha reparadora, ella y Nacha salían del teatro cogidas del brazo.

—¿Dónde vamos?

—A cualquier parte —respondió su amiga—, busquemos una terraza.

Caminaron conversando hasta la Plaza de Armas y se sentaron en una de las cafeterías, al aire libre. Se pusieron al día atropelladamente. Sí, seguía con Juan. Sí, seguía trabajando en el Banco de Chile, ejecutiva de cuentas premium. Sí, el mudarse a vivir con Juan había sido todo un éxito.

Inés silbó impresionada.

—¿Os habéis ido a vivir juntos? ¿Desde cuándo?

—Un par de semanas. Celebramos el Fin de Año en el apartamento vacío, solos. ¿Qué te parece? —le preguntó Nacha, entusiasmada.

—Qué me va a parecer, ¡pues genial! —Inés se levantó para abrazar a su amiga en un gesto espontáneo. Ambas rieron.

—¿Y tú? ¿Dejaste a alguien en Gringolandia con el corazón roto? —Nacha la miraba con franca curiosidad e Inés soltó un suspiro resignado, negando con la cabeza.

—No. Quiero decir… nada serio. Estuve tonteando un par de meses con un chico, pero se acabó. No quiero complicarme la vida —respondió con convicción.

—Si tú lo dices… —El tono traslucía duda e Inés se picó.

—¡En serio, Nacha! —insistió, tajante. Era cierto. Después de sus últimas relaciones, tenía una permanente sensación de hastío—. Acabo de empezar con la cardio. Me quiero enfocar en estudiar. No me interesa andar liada con nadie. Es más… ni siquiera me apetece, estoy como apática. No sé lo que me pasa, pero no quiero nada con ningún hombre.

—¿No decías en tu último email que andabas necesitada de un buen polvo?

Ambas rieron en voz baja.

—Ese es el problema, encontrar a alguien que te folle bien.

—Inés, nunca has tenido problemas para tener al hombre que quieras.

—Eso es muy relativo. De todas maneras, creo que me voy a comprar un vibrador o algo. ¡Menos complicaciones!

Volvieron a reír, esta vez a carcajadas.

—¿No tienes ninguno? ¿En serio? —le preguntó Nacha, incrédula. Inés negó con la cabeza—. Pues eso habrá que arreglarlo.

Siguieron conversando de sus respetivos trabajos. Nacha le preguntó en qué consistía exactamente la subespecialización e Inés le hizo un resumen de sus próximos dos años. Se dirigieron juntas al metro, tras acabar la charla y su vinito. Al día siguiente ambas trabajaban, pero ya quedarían el viernes para romper la noche como en los viejos tiempos.

 

A medida que avanzó la semana, las cosas se fueron encauzando y los tiempos cuadraban cada vez mejor. Odiaba corretear de aquí para allá como un pollo sin cabeza con la sensación de que no llegaba a nada, y, sobre todo, odiaba tener que sacrificar su tiempo libre por culpa del hospital. Pero el jueves, a las cinco y media de la tarde, entraba por la puerta de su apartamento sin dejar trabajo pendiente y con una sensación de triunfo. Se sirvió una Coca-Cola light con hielo, y se tumbó en la terraza sabiendo que empezaba a tener las cosas bajo control. Sus horas de ocio eran algo en lo que no pensaba transigir. Poco a poco.

El viernes volvió a darse cuenta de que las cosas no serían tan fáciles. Hoyos se despidió tras la consulta de la mañana y se marchó a casa, dejándola sola y a cargo de los pacientes de la tarde. Se sintió halagada por la muestra de confianza, pero por otro lado… ¿Y si pasaba algo? El resto del equipo estaba allí, pero se sentía desprotegida. Desde luego, su tutor no era el mismo que hacía un año, se le notaba cansado. Viejo. ¿Enfermo?, se preguntó Inés de nuevo, preocupada.

Estaba muy delgado, y ese temblor de las manos era delator, pero nada en sus conversaciones durante el breve café de la mañana, o en los almuerzos que habían compartido, indicaba que algo fuese mal. Y no tenía el coraje de preguntarle directamente. Aunque siempre podía hacerlo con Dan.

 

Se encaminó a la sala de juntas con esa idea. Era la hora del café antes de afrontar los últimos pacientes de la tarde y la reunión en torno a la última taza, un ritual casi obligado. ¿Cómo abordar el tema? No quería parecer una chismosa, pero algo le pasaba a su tutor y tenía que averiguar qué era.

Abrió la puerta y se encontró con un panorama peculiar. Daniel, la residente pequeña de cardiocirugía y Viviana, puestos en fila, uno al lado del otro, frente a Thoresen. Inés frunció el ceño con extrañeza. ¿Qué demonios estaban haciendo?

—Bien. Solo faltas tú, Inés. Ponte ahí —indicó el cirujano, señalando un extremo de la fila. Ella obedeció, desconcertada.

—Tú primero, Suárez.

Dan extendió los dedos con docilidad frente a él mientras Inés intentaba procesar lo que pasaba. No. No podía ser. ¿Les estaba revisando las manos? Soltó una risita divertida.

—Dra. Morán, ¿quiere compartir algo con nosotros? —inquirió el vikingo.

—Ehm… no. No. Sorry.

No podía creer lo que veía. ¡Les estaba revisando las manos! Asentía, aprobador, sin decir nada ante los tres pares de manos extendidas. Hasta que llegó su turno.

—Extienda las manos, Dra. Morán.

—¿Por qué? —cuestionó ella, recelosa, y con las manos bien al fondo de los bolsillos de su bata.

—Porque si no están en condiciones, no entrará en mi quirófano. Extiéndalas.

—Mis manos están perfectas. ¡Esto es del todo innecesario! —protestó ella. ¡Maldito maniático! ¡Jamás le habían exigido algo así!

—Las manos, Inés. Ahora.

Se retaron con la mirada. Él, demandante. Ella, indignada. La fuerza de sus ojos azules la intimidaba y su cerebro intentaba encontrar a toda velocidad alguna razón para negarse. Pero no tenía ninguna. Fastidiada, extendió los dedos, con las uñas decoradas con una bonita manicura francesa.

Dos manos fuertes la agarraron de las muñecas e Inés sintió cómo su cuerpo se tensaba, preso de una extraña expectación. Parpadeó, desconcertada, pero Thoresen parecía concentrado en estudiarla, reteniéndola unos segundos más de lo necesario. Inés percibió la aspereza de su piel, y se sorprendió al notar algunas zonas encallecidas. No eran las manos de un cirujano, eran las manos de un hombre que hacía un trabajo duro con ellas. Los pulgares presionaron un segundo sus palmas, y una corriente ascendió por sus brazos hasta fruncir con violencia sus pezones. Inés se puso roja como un tomate e intentó desasirse.

—Bien —murmuró Erik, soltándola por fin.

Luisa entró para anunciar la llegada del primer paciente de la tarde e Inés se excusó, huyendo hacia la consulta y temblando como una hoja. ¿Qué acababa de pasar ahí?

 

 

(c) Mimmi Kass.

 

Si te perdiste el primer capítulo, aquí lo tienes: EL RETORNO

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Espero que lo hayas disfrutado. Si es así, ¡cuéntamelo! Agradezco mucho los comentarios. Y si quieres, ¡comparte! Seguro que alguien más quiere conocer a Inés y a Erik. ¡Hasta la próxima semana!

Si todavía no conoces la historia de Inés y Erik, Radiografía del deseo es la primera novela de la serie En cuerpo y alma. Top 2 en Ficción erótica de Amazon, sigue después de seis meses, entre los títulos mejor valorados y más vendidos.

El primer capítulo está disponible en este enlace: El retorno.

El segundo capítulo también, en este otro enlace: Residentes.

 

 

 

 

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El primer capítulo está disponible para su lectura en este enlace: La cruda realidad.

El segundo capítulo también, en este otro enlace: El procedimiento.

Javiera Hurtado Escrito por:

Cazadora de sensaciones. Médico y escritora. Viajera infatigable. Romántica y erótica. Ganadora del XII Premio Terciopelo de Novela.

10 comentarios

  1. 23 junio, 2016
    Responder

    ¡Uy, uy, uy! Dios mío, creo que solo he leído esto pero necesito más. Sé que será una de mis primeras adquisiciones en cuanto pueda comprarme libros por Amazon jajaja. Me encantan las diferencias de ambos y todo lo que Erik produce en ella. Su nombre también me encanta y el hecho de que sea «vikingo» también jejeje. Ains ¡qué tortura tener que esperar a que salga y luego a poder comprármelo!

    Creo que el libro será todo un éxito, Mimmi 😉

    Saludos <3

    PD: me ha encantado leerlo *-*

    • 24 junio, 2016
      Responder

      ¡Gracias, Rocío! Vamos calentando motores poquito a poco, perfilando las personajes y dando pinceladas de lo que vendrá más adelante. Ahora…¡a esperar un poquito! Besos enormes y gracias por pasarte, linda. ?

  2. Graciela
    23 junio, 2016
    Responder

    Qué tal electricidad en el primer contacto físico entre Inés y Eric! Ese vikingo ya está haciendo estragos en la mente y el cuerpo de Inés, pero ella firme en no dejarse avasallar. Esta pareja promete una lucha de mucha pasión y erotismo a granel, que sea julio para encandilarse con esta historia.

    Muchos besos Mimmi y exitos para Radiografía del Deseo!

    • 24 junio, 2016
      Responder

      ¡Mil gracias, Graciela! Chispas de deseo, y también de cierta suspicacia… muy pronto llega julio, y entraremos de lleno a la historia de Inés y Erik.
      Besos enormes ?.

  3. José Carlos
    24 junio, 2016
    Responder

    Compartiendo en general lo que se ha comentado hasta el momento, yo sí quiero hacerte una pequeña crítica. Desde mi punto de vista al tratarse de un tema erótico, me parece que has descrito de puntillas y en apenas un párrafo de 10 líneas la masturbación acelerada de Inés para calmar su nerviosismo. Al tratarse de una novela escrita por una mujer, y creo que para mujeres, esperaba unos prolegómenos para el primer orgasmo del libro con una mayor importancia.

    Un beso y seguiré espectante

  4. 24 junio, 2016
    Responder

    ¡Hola, Jose Carlos! Bienvenido a mi rincón. Gracias por tu comentario, me alegra mucho ver un representante masculino por aquí.
    Respecto a tu crítica, que es muy válida, me gustaría hacerte algunas apreciaciones.
    La masturbación es un acto cotidiano, natural, e imbuído en el día a día de cualquier persona sana. Un orgasmo no tiene nada de especial. Te aseguro que el placer onanista no tiene grandes diferencias entre hombres y mujeres, y buscar una complejidad en un acto que en realidad, no tiene ningún misterio, no es lo que voy buscando con mi escritura. La escena sirve para perfilar el personaje. Para mí, mucho, pero muchísimo más erótica (y así lo han identificado los lectores), es la escena de la revisión de manos, donde el componente sensual es inesperado y sorprendente, al menos para Inés. No hay ni genitales ni orgasmo involucrados, y sin embargo, saltan chispas. Pero, de nuevo… es tan solo mi punto de vista.
    Por otro lado, igual te sorprende saber que, según las estadísticas, mis lectores son hombres y mujeres en un porcentaje muy similar. De hecho, hay historias en el blog que son de lectores masculinos de manera predominante. Yo no escribo para géneros, escribo para quien le apetezca leerme, y no perfilo de manera consciente una escritura, porque creo que cualquier persona, con independencia de su género, puede disfrutar de la buena erótica. Que es a lo que aspiro. Serán ellos los que lo juzguen cuando tengan mi novela entre sus manos.
    ¡Y ya paro! Que voy a acabar desvelándote todos mis secretos, y no es plan. ?
    Un beso, ¡y gracias por comentar!

  5. Xiki
    24 junio, 2016
    Responder

    Mas! Mas! Maaaasssss!!!!!

    • 25 junio, 2016
      Responder

      ¡Me encanta que me lo pidas así! 😛 Dentro de nada lo tenéis enterito en vuestras manos. ?

  6. Maria
    28 julio, 2016
    Responder

    Empezaré diciendo que soy devoradora profesional de todo tipo de novelas pero desde hace unos meses, empezó a interesarme la novela erótica.
    Ayer, justo después de acabar la que tenía entre manos, Amazon me sugirió Radriografía del Deseo. Leí la sinopsis y que más te puedo decir…que estoy aquí escribiendo un comentario porque te mereces todos los elogios y más.
    Sobra reseñar lo que todos los que te hemos leído repetimos (pluma ligera, elegancia, sentimiento…) logras transmitir tan fácil que cuando he acabado el libro, por un momento creí ser Inés.
    Por supuesto también destacar que, siempre que te refieres a temas médicos, a pesar de ser nombres técnico, en ningún momento se hace pesado. Fantástico equilibrio.
    Debo confesarte que cuando he leído la última frase, no podía pensar que no podía seguir concociendo a Erik e Inés hoy mismo. Necesitaba más. Puro vicio. Espero la segunda y todo lo que quieras crear como agua de mayo.
    Y BRAVO por ser tan valiente y apostar por un final del primer capítulo de su historia tan poco habituados a ver. Ya era hora de que alguien pusiera sobre la mesa una chica que (al menos en la superficie, no sabemos si realmente sus sentimientos cambiarán ¡qué ganas de seguir leyendo!) reconoce haber ?¡¡¡SPOILER-SPOILER-SPOILER!!!?. OLÉ!!!!
    No te conocía, tampoco tu blog, pero ahora te tengo en «Favoritos» y de ahí no te muevo.
    Haces verdadera magia, Mimmi Kass!

    • 28 julio, 2016
      Responder

      ¡Hola, María!
      Mil gracias por tus palabras y bienvenida a mi rincón. Me encanta ver que te lo has devorado, y en especial, me encanta que hayas apreciado lo que para mí es lo más importante del libro…¡pero que he editado para no caer en el spoiler! 😛
      Vas a tener mucho más de Inés y Erik,ya verás. Antes de fin de año el segundo, y en abril del año que viene, el tercero. Vamos a ver dónde llegan estos dos, que les queda mucho por recorrer.
      Te agradezco muchísimo tu comentario. Estas son la clase de cosas que hacen que cojas el portátil y te pongas a escribir. Ahora mismo voy a ello.
      Besos,
      Mimmi.

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