Etiqueta: Latidos de lujuria

Lo prometido es deuda: aquí tenéis la banda sonora de Latidos de lujuria.

Falta poco más de un día para que por fin tengáis la novela entre las manos, y me hace mucha ilusión compartir este trocito tan importante del proceso de escritura y del universo que envuelve a los protagonistas.

Música sensual inspirada en las escenas, emociones y sensaciones que se viven en la novela. También aquellas canciones que yo escuchaba mientras las plasmaba en el papel. La música es un camino de doble dirección: estimula la creatividad de la escritura y, de manera recíproca, leer una novela evoca una banda sonora concreta. ¿No te pasa a ti también?

Tengo que agradecer a Mar RO su dedicación a la hora de ayudarme a escoger las canciones, perfectas para cada situación, junto con el núcleo duro de El Círculo sensual, Yolanda, Stella, Macarena, Gaby y Adriana por esas propuestas de los Miércoles Musicales. Debo confesar que, gracias a todas ellas, la banda sonora de mi vida se ha cultivado muchísimo.

Encontraréis temas dulces y melódicos de Massive Attack o Coldplay, pasando por el mejor rock de Florence and the Machine o Nine Inch Nails, hasta la agresividad electronica de The Prodigy. Y mucho, mucho más.

No os entretengo, espero que la lista os guste tanto como a mí. Es perfecta para leer y perfecta para…bueno. Eso lo dejo a vuestra imaginación.

Mil besos,

Mimmi.

P.D: las canciones están en un orden totalmente aleatorio. Están tan bien escogidas, que casi podrías adivinar lo que ocurre en la novela si estuvieran en orden.

Latidos de lujuria

Ya en preventa en Amazon.

Fecha de publicación: 24 de noviembre

Fecha de publicación en formato tapa blanda: 1 de diciembre.

¿Aún no has leído las dos primeras novelas de En cuerpo y alma? ¡A qué estás esperando! Aquí tienes los enlaces para que te adentres en el mundo de Inés e Erik. Se meterá bajo tu piel.

 

Radiografía del deseoRadiografía del deseo

Doce mil kilómetros separan los lugares de origen de Erik y de Inés: su crianza, su idiosincrasia, su manera de ser. El deseo y la atracción se hacen inevitables en este choque de titanes y el sexo lo inundará todo, pero ¿podrá surgir algo más?
Disponible en formato digital y tapa blanda en todas las plataformas de Amazon.

 

Diagnóstico del placer

Cuando la persona que camina a tu lado sacude todos tus cimientos, solo queda una pregunta: ¿se atreverán Inés y Erik a ir más allá de su zona de confort? Una sutil aproximación al BDSM, de manera natural y realista.
Disponible en formato digital y tapa blanda en todas las plataformas de Amazon.
Puedes leer los primeros capítulos gratis en este enlace.

Latidos de lujuria ya está en preventa. Ha costado. Os he hecho esperar, ¡lo sé!, pero valdrá la pena. Prometido.

El 24 de noviembre, el viernes que viene, lo tendréis en vuestros dispositivos. Y a principios de diciembre, estará en formato tapa blanda.

Con Latidos de lujuria se cierra el ciclo de En cuerpo y alma de la historia de Erik e Inés, y para amenizar la espera, dejo aquí el Booktrailer de la saga. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo he hecho junto a Nerea Gurutxeta de Imagina Design. Nos hemos vuelto locas para conseguirlo. Bueno. No. En realidad yo he vuelto loca a Nerea. Pero el resultado es precioso.

Con todo mi cariño, gracias por estar ahí.

Si te apetece conocer la sinopsis, la tienes en este enlace: sinopsis Latidos.

También están disponibles los primeros capítulos: Una experiencia diferente y La Juana feliz

Latidos de lujuria

Ya en preventa en Amazon.

Fecha de publicación: 24 de noviembre

Fecha de publicación en formato tapa blanda: 1 de diciembre.

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Puedes leer los primeros capítulos gratis en este enlace.

Si aún no has leído el primer capítulo, lo tienes aquí: Una experiencia diferente.

La Juana Feliz

 

 

 

Ni todo el cibersexo del mundo sería capaz sustituir a Erik, pero quizá conseguir un Hitachi podría ayudar en algo. Iba a conocer la mejor tienda erótica de Santiago de Chile, y eso se merecía hacerlo con Nacha.

Cuando llegaron a la dirección, en un edificio antiguo y gris, Inés se decepcionó un poco. Unos toldos azules con letras blancas anunciaban que ahí estaba Japi Jane, pero nada decía que aquello escondía una boutique de artículos para el placer.

—Es muy discreto, ¿no? —dijo Inés, arrugando la nariz.

—¿Qué querías, los escaparates del Barrio Rojo de Ámsterdam? Estamos en Chile, linda. En este país todavía nos falta mucho.

Entraron a la tienda y la impresión de Inés cambió. Era amplia y espaciosa, y las vitrinas ofrecían un sinfín de posibilidades a todo color.

—Joder. Pues sí que hay variedad —murmuró. Nacha no le hizo ningún caso, se había ido derecha a unos colgadores con una lencería sexy y divertida. En otro momento, ella habría ido al mismo sitio, pero ahora se acercó al mostrador que ofrecía exactamente lo que estaba buscando.

Hello, Señor Hitachi —saludó al coger el vibrador. Se había olvidado lo mucho que pesaba.

—De lo mejor del mercado —dijo con tono alegre una dependienta. Llevaba un delantal de lunares de colores y lucía una enorme sonrisa—. ¿Te puedo ayudar en algo?

—Sí. Quiero uno de estos —Inés enrojeció. Qué tonta. Pero era la primera vez que iba a una tienda así.

—Veo que ya lo conoces —dijo la chica, riendo—. ¿Necesitas algo más?

Inés descubrió un vibrador anal, muy parecido al que Erik utilizaba con ella, y luego otro, un poco más grande. Recordó la sonrisa perversa del vikingo al decirle que estaría encantado de recibir un trato por la puerta trasera de su parte, y lo añadió también a la cesta. Aceptó el consejo de un lubricante, y después de probar varios aromas, se decantó por uno de champán y fresas.

La dependienta se alejó para empaquetar sus cosas e Inés caminó hacia uno de los rincones más sensuales y misteriosos de la tienda. Contempló con curiosidad las máscaras, látigos, fustas, plumeros y cintas. Deslizó las yemas de los dedos sobre la seda. Había también unas muñequeras de cuero y acero, muy parecidas a las que Erik ya había usado con ella y cerró los ojos cuando los recuerdos se agolparon con brutalidad en su mente. La manera en que la había vestido con las cinchas, como en un ritual. Cómo ella había dejado que ciñera aquel collar en torno a su cuello, aun sabiendo su significado. Las veces que, entre gritos y juramentos, le había negado el orgasmo, llevándola al delirio con el Hitachi. El sexo anal. «Kjaereste».

Estaba hiperventilando. Se miró al espejo de la vitrina, tenía las pupilas dilatadas y las mejillas enrojecidas. El encaje del sujetador le hacía daño en los pezones fruncidos. La tensión en su sexo era insoportable. Erik. ¿Qué demonios le había hecho? Había abierto la puerta un mundo desconocido, atrayente, perverso y placentero y sabía que no había vuelta atrás. Resuelta, caminó de nuevo hasta el mostrador donde estaba la dependienta.

—¿Qué me recomiendas para inmovilizar a un hombre?

La chica la miró con esa sonrisa reservada de quien ha recibido preguntas de ese tipo toda la vida.

—¿Qué buscas exactamente?

—Busco algo para dejar fuera de combate a un hombre grande. A un vikingo.

Una imagen muy concreta se dibujó en su mente y esbozó una sonrisa angelical. Esperó, impaciente, a que ella volviera con unas esposas de acero con bisagra, sólidas. Pesaban bastante. La sola visión del acero pulido, algo mate, la excitó. Se imaginó a Erik desvalido y a su merced. Iba a hacerlo pagar bien caro la frustración y el deseo de toda su ausencia.

—Me las llevo.

 

 

—Te has gastado una buena cantidad de dinero —observó Nacha, señalando la bolsa que rezaba «Japi» en vistosas letras de color naranja, mientras sorbía un Cosmopolitan por una pajita.

—Tengo que devolverle a Erik unas cuantas jugadas, pero este —dijo sacando de la bolsa la caja alargada del Hitachi—, es para mí. Tiene una potencia que te arranca los orgasmos en minutos.

—¿En serio? Tendré que comprarme uno.

—En serio. Necesito unos cuantos orgasmos. Necesito a Erik. Tengo una sensación de vacío bestial —se quejó Inés, que ni había tocado su pisco sour—. Y no es solo el sexo, Nacha. Es todo él.

—Bueno, yo creo que ya has pasado a la siguiente fase. En algún momento las cosas se tienen que poner serias. ¿Te ha dicho ya que te quiere? —preguntó con tono acusador.

—No, no con esas palabras. Dice que quiere estar conmigo de verdad. Que estamos juntos. Es complicado. —Soltó el aire lentamente al recordar cómo se había dibujado aquellas líneas en la cara con su sangre. Como si hubieran sellado un pacto—. Erik no cree en los cuentos de hadas. ¿Sabes que estuvo a punto de casarse?

—¡Eso no me lo habías contado! —se maravilló Nacha, abriendo los ojos e inclinándose hacia adelante con interés—. ¡Quiero detalles!

—Desconozco los detalles, ya sabes cómo es. Solo sé que ella lo presionó para que eligiese entre ella o la cardiocirugía.

—Y está soltero y es cardiocirujano. —Inés asintió, ignorando de nuevo el tono de su amiga, esta vez más bien ominoso—. No suena muy alentador.

—Ya.

—Princesa, ya sé que estás encoñada con Erik, pero ¿te proyectas con él? Ya sabes, vivir juntos, casarse, hijos. Lo que tengo yo con Juan.

Se detuvo a pensarlo un momento. Dio un par de tragos largos al pisco sour y notó cómo el alcohol se le subía a la cabeza. Claro que sí. La sola idea de formar una familia con él la llenaba de una felicidad inexplicable, pero las imágenes de Erik torturándola a orgasmos y ella retorciéndose, con los ojos vendados, amarrada a la cama volvieron a su cabeza. No parecían dos escenarios demasiado compatibles, pero no quería renunciar a ninguno.

—Sí, Nacha. Creo que Erik es EL HOMBRE —dijo con tono dramático. Su amiga se echó a reír, y la alentó a seguir—. Pero, por otra parte, ahora estoy explorando otras cosas.

Levantó la bolsa de sus compras recién adquiridas y Nacha asintió, con una sonrisa cómplice.

—Ya me contarás —respondió riendo su amiga—. Tiene pinta de que va a ser una investigación interesante.

Pidieron una segunda ronda y se pusieron al día. La boda iba viento en popa y ya tenían fecha para febrero. Murmuró unas excusas inconexas cuando Nacha le preguntó si ya había hablado con su madre por el tema del convite.

—Mira, están aquí el jueves que viene. —Nacha tenía razón, se había comprometido y tenía que al menos intentarlo—. Mi hermano Miguel viene de China por unos días en una visita relámpago, y nos vamos a juntar todos.

—¿Reunión familiar Morán Vivanco? ¡Cuéntamelo todo!

Inés se lanzó a relatarle los detalles con entusiasmo. Estaba emocionada. No se reunía la familia completa desde hacía más de dos años.

 

 

 

Antes de subir a casa recogió el correo, comprobando con una sonrisa que su sobre plateado semanal de parte de Philip llegaba puntual. No lo abrió, ya curiosearía más tarde de qué se trataba la fiesta esta vez. Tampoco tuvo ánimo de poner a prueba al Señor Hitachi. Sin saber por qué, la conversación con Nacha la había deprimido un poco. Se sentía sola y echaba de menos a Erik. Se preparó para esquivar temas conflictivos con su hermana y la llamó por teléfono.

—¡Qué bien que has llamado!

El entusiasmo de Loreto al escucharla la hizo sentir mal. Últimamente se habían alejado bastante.

—Hola, Lore. ¿Todo listo para la llegada de papá y mamá?

—Todo niquelado. ¿Y tú? ¿Todo listo para Miguel?

—Sí. Voy a buscarlo al aeropuerto el jueves, he pedido el día libre. De ahí nos vamos al apartamento para que descanse y se dé una ducha antes de ir a tu casa a cenar. ¿Necesitas que lleve algo?

—No. Mamá se encarga del menú. Ya sabes cómo es. —Ambas rieron con complicidad. Ojalá pudiera ser siempre así, pero, por supuesto, Loreto no podía abandonar su postura de hermana mayor tocapelotas y juzgadora—. ¿Qué has sabido de Erik?

—Su padre está muy grave, es cuestión de días que fallezca —eludió hablarle del sexo cibernético y las llamadas telefónicas subidas de tono—. Supongo que en un par de semanas estará aquí. ¿Qué tal los niños? —dijo, cambiando de tema de manera magistral.

—Bien, genial. Entusiasmados por recibir a los abuelos en casa y ver en persona a Miguel. Yo creo que Elena ni siquiera se acuerda de él.

—Estará bien que nos juntemos todos —dijo Inés con un suspiro—. Solo espero que no se arme ninguna bronca entre Miguel y papá.

Se despidió de su hermana prometiendo ser puntual y se sentó en el sofá. Tenía una sensación opresiva en el pecho, no se aguantaba ella misma. Tras pensarlo un instante, se puso unos leggins y una camiseta, se calzó las zapatillas y se abrigó. Necesitaba echar una buena carrera.

 

 

Latidos de lujuria

Fecha de preventa: 17 de noviembre

Fecha de publicación: 24 de noviembre

Fecha de publicación en formato tapa blanda: 1 de diciembre.

 

 

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Radiografía del deseoRadiografía del deseo

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Latidos de lujuria – Primer capítulo

Una experiencia distinta

 

Erik salió de la biblioteca con un título nuevo en la mano. Volvió la mirada hacia el edificio moderno y sinuoso con nostalgia. ¿Cuántas horas había pasado quemándose las cejas estudiando? ¿Cuántos libros había leído junto a su padre en su niñez? Magnus siempre fue un lector voraz. Ahora que sus fuerzas se escapaban con cada latido, era él quien le leía las historias en voz alta; había especificado que cogiera los libros de uno en uno. Bromeaba poniendo en duda que llegara a conocer el final.

—Vamos. Todavía nos queda pasar por el supermercado —dijo su hermano Kurt.

Echaron a andar por Grønnegata, sorteando a la gente que abarrotaba la calle. La ciudad vibraba con la llegada de agosto. Se escuchaba la mezcla ecléctica de conversaciones en distintos idiomas de los turistas, vestidos con ropa de montaña. Los adolescentes se reunían en los lugares habituales en espera de los conciertos y se respiraba un ambiente alegre y festivo.

Era bueno alejarse un poco de la sensación opresiva de casa.

Desde que llegó a Tromsø, no se había separado del lado de su padre. Su madre ya mostraba síntomas de agotamiento; Magnus no quería gente extraña a su alrededor durante sus últimos días, y todos se turnaban para cuidarlo. Lo entendía, pero no era nada fácil.

Sonrió al entrar al viejo ultramarinos de Strandgata, el Internasjonalt matsenter. Era reconfortante volver a los lugares de siempre. Kurt iba tachando ítems de la lista confeccionada por su madre: leche, pan, yogures, puré de patata liofilizado, y cerveza. Recorrió los pasillos del supermercado en busca de las Paulaner, las preferidas de su padre. Sorprendido, comprobó que el precio era el triple de lo que pagaba en Chile.

—Joder, qué caro —murmuró, mientras metía media docena en el carro.

Kurt se echó a reír, con esa sonrisa de ojos verdes entrecerrados y mil arrugas en su rostro castigado por el sol.

—Hace mucho tiempo que no estás en casa.

Tenía razón. Se sentía extraño en su lugar de origen, porque sabía que su hogar estaba ahora en otro sitio.

Salieron del supermercado y se frotó los brazos mientras caminaban de vuelta al aparcamiento. Era tarde, y la temperatura no llegaba a los diez grados.

—Estás hecho un blando. Necesitas pasar un invierno aquí —dijo su hermano con cierto tono acusador.

Erik asintió, y metieron las bolsas en el coche, en silencio. Escuchaban las noticias locales mientras se dirigían a la urbanización a las afueras de la ciudad.

Su hermano era casi un desconocido para él. Quizá debería aprovechar su estancia allí para fortalecer los lazos que los unían. Los que lo unían a toda la familia.

—¿Cómo está Maria?

Kurt lo miró de reojo. Parecía sorprendido por su interés.

—Está bien. Queremos tener un bebé. Solo espero que la adolescencia de Astrid no se resienta más de lo que está —dijo, con un ademán resignado—. Maria se porta como una madre para ella, pero le cuesta mucho aceptar que me haya casado de nuevo.

Erik asintió. Su sobrina mayor, con catorce años, estaba siendo un hueso duro de roer para ellos. Rebelde, irresponsable e impredecible. Adolescente de manual.

—¿Un bebé? ¿A tus casi cincuenta y cuatro años? —preguntó, con una sonrisa cálida.

—Deberías probarlo. Es una experiencia única —respondió Kurt—. Y tú tienes casi cuarenta, no sé a qué estás esperando.

Erik soltó una carcajada divertida. La paternidad no entraba en sus planes de vida. Se despidió de Kurt con un abrazo y entró a la casa cargado de bolsas. Su madre pelaba verduras frente al fregadero de la cocina.

—Hola, mamá. ¿Y la mujer que te ayuda por las tardes?

Ella negó enérgicamente con la cabeza.

—La ha mandado a casa. Necesitaba entretenerme con algo, y estoy preparando la comida de mañana.

—¿Y papá?

—Por fin se ha dormido, gracias a las drogas. Ha preguntado por ti.

Erik asintió. Llevaban toda la semana recuperando el tiempo perdido. Su padre parecía querer suavizar la indiferencia con que lo había tratado durante casi dos décadas y él quería estar ahí para él, aunque fuese por poco tiempo.

Abrió la puerta de su habitación con cuidado para no despertarlo. Magnus dormía con el sueño pesado y ahogado de los sedantes. Esperaba que el dolor lo dejase descansar.Y él también necesitaba una tregua.

¿Qué hora serían en Chile? Echó un vistazo a su móvil, allí serían las siete de la tarde. Se apresuró hacia su cuarto con la idea de por fin charlar con Inés. Se estremeció al ver que la ventana estaba abierta, y la cerró.  La brisa de la noche ártica era gélida, aunque estuvieran en pleno verano. Las luces lejanas del centro de Tromso lo distrajeron durante unos segundos; la ciudad estaba llena de vida, ajena a la tristeza y al aire de fatalidad que se cernía sobre su casa.

Se tendió sobre la cama, junto al portátil encendido. La pantalla emitía un destello azulado en la penumbra mientras se abría el Skype. Echó un vistazo rápido al reloj de pulsera, aún quedaban unos minutos para que Inés se conectara desde Chile y charlar un rato tranquilos. Durante la semana, entre el caos en su casa, la diferencia de horas y el trabajo de Inés en el hospital, no habían hablado demasiado.

La echaba de menos.

Y la falta de sexo comenzaba a pasarle factura. Los whatsapps subidos de tono que llevaban intercambiando toda la semana no hacían más que aumentar su frustración.

El burbujeo característico que anunciaba que ya estaba conectada lo sacó de sus pensamientos. La imagen de su silueta tardó unos segundos en aparecer, al principio pixelada, pero después perfectamente nítida. Dio gracias a la tecnología por la fibra óptica.

—¿Hola? ¿Erik?

Sonrió al escuchar su voz. Femenina, aguda, con ese matiz de urgencia que ponía siempre en sus llamadas.

—Estoy aquí. ¿Qué tal todo?

Movió la mano en un gesto de saludo, e Inés le regaló una enorme sonrisa. Estaba preciosa. Escuchó a medias sus quejas sobre el trabajo en la UCI, las guardias pesadas y el mal tiempo, y se concentró en estudiar la línea de su cuello, su melena recogida en un moño y el hombro descubierto por una camiseta suelta. ¿No llevaba sujetador?

—Inés, ¿por qué no te sueltas el pelo? —interrumpió.

Ella se detuvo, lo miró durante un par de segundos y retiró la goma que lo sujetaba. El movimiento que hizo para ordenar su melena lo obligó a respirar hondo. Inés seguía contándole cosas y sus labios lo hipnotizaban. El anhelo por tocarla lo hizo desconectarse del ahora y pensar en los encuentros vividos justo antes de marcharse a Noruega. Sintió su pene desperezarse.

—¿Qué tal las cosas en casa? —soltó ella a bocajarro cuando acabó su relato.

La pregunta lo pilló por sorpresa. No quería hablar de ello: su padre se moría y no había nada que hacer.

—Mal. Y no quiero hablar de eso ahora.

—¡Pero, Erik! —dijo Inés, dolida, al otro lado de la pantalla—. No me cuentas nada. ¿Cómo está tu padre? —El mohín enfadado lo hizo sonreír de nuevo.

—Está en casa y lo cuidamos entre todos. Es cuestión de días ya.

—Vaya.

Ambos se quedaron en silencio. Inés ladeó la cabeza en la pantalla.

—Me gustaría estar ahí para abrazarte. Para confortarte —dijo ella al fin. Él suspiró, resignado.

—Y a mí que estuvieras aquí, pero esto es un caos. Maia se ha venido a vivir con mis padres, marido y niños incluidos. La casa está patas arriba, las idas y venidas, los niños, las visitas, los médicos… —Se detuvo, y se acomodó de lado sobre la cama—. De verdad que necesito desconectar. Hablar de otra cosa. Por ejemplo, de qué llevas puesto debajo de esa camiseta.

—Nada. Es la camiseta del pijama.

—¿Estás en pijama a las seis de la tarde?

—¡Es domingo! —protestó ella—. Es el único día que tengo para vaguear en casa y estar tranquila.

—Quítatela.

—¿Cómo?

—Quítate la camiseta, Inés.

Ella se quedó inmóvil al otro lado de la pantalla, pero después, esbozando una sonrisa sensual, agarró el borde de la tela y comenzó a subirla sobre sus pechos. Justo antes de descubrirlos, se detuvo.

—¡Hace frío!

—Vamos Inés. Si tú te la quitas, yo me la quito. —Ella pareció pensarlo unos segundos.

—Vale.

Terminó de retirarse la prenda y se encogió de hombros, con una sonrisa tímida, sentada con las piernas cruzadas frente al ordenador. La visión de sus pechos lo excitó aún más, y se incorporó sobre un codo, atento a una visión muy diferente a lo que estaba acostumbrado.

—Te toca. ¡Quítate la camiseta! —demandó ella.

Erik no la hizo esperar. Se desnudó de cintura para arriba y arrugó la prenda entre sus manos con la necesidad de tocar algo, de sentir sus dedos ocupados.

—Uhmmm. Me ha entrado hambre de bombones. ¿No te puedes acercar más a la cámara del ordenador? —preguntó Inés, señalándolo.

—Dame un segundo.

Se levantó a cerrar la puerta con pestillo. En aquella maldita casa no había ni un ápice de intimidad. Confiaba en que nadie viniese a molestar; era ya tarde y todo estaba en silencio.

—Ahora sí. ¿Te vale? —Acercó la pantalla hasta encuadrar su torso.

—Esto es muy frustrante —se quejó Inés, y se acarició un pecho en un gesto distraído. ¿A propósito, o sin darse cuenta?

—Es cierto. Me encantaría que esa mano fuese la mía.

—¿Esta mano? —Cogió el pezón entre sus dedos y jugueteó con él hasta convertirlo en un botón duro y rosado. Por supuesto que lo hacía a propósito. Apartó la melena sobre sus hombros y paseó las yemas entre ambas protuberancias.

—Sí. Esa mano.

—A mí también me gustaría tocarte.

—¿Dónde?

—Primero en la nuca. Ya sabes que me encanta.

Erik sonrió y llevó la mano hasta la parte posterior de su cuello. Su torso se estiró, y los pectorales y los abdominales se dibujaron con precisión con el movimiento. Inés soltó un ronroneo de aprobación.

—Te gusta lo que ves. —No era una pregunta. Ella lo miraba con los labios entreabiertos y los párpados entornados mientras seguía con las caricias sobre sus pezones. Conocía lo que esa mirada significaba—. ¿Por qué no te tocas más abajo? Entre las piernas.

Inés sonrió, y llevó la mano con languidez hasta el borde de sus bragas. Erik la estudió con atención. No era encaje, ni tul, nada sofisticado. Eran unas braguitas de algodón, blancas y sin adornos. Fantaseó con la idea de arrancárselas y hundir la cabeza entre sus muslos. Su erección palpitó, enardecida.

—Vamos, Inés. Tócate.

—Vikingo mandón…

Ella se recostó, acomodándose sobre los almohadones, y deslizó los dedos bajo la tela. La imagen de la mano escondida era hipnotizante.

—Uhmmm —murmuró Inés, moviéndola en círculos justo en el encuentro entre las piernas. Cerró los ojos por un momento, y volvió a abrirlos—. ¿Y tú? Yo también quiero verte.

Erik sonrió. Primero quería verla a ella. Mirar en la pantalla cómo Inés se masturbaba estaba resultando de lo más excitante. Sentía su erección desbordar el bóxer y la piel caliente y sensible. Nunca había hecho algo así.

—Y me verás, pero quítate las bragas primero.

Inés dudó.

—Ay, Erik. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto, pero se alzó sobre las rodillas, agarró las tiras laterales de la prenda y la deslizó, muy despacio, hasta quitársela. Después apretó las rodillas y los tobillos frente a su cuerpo, y se abrazó las piernas flexionadas.

—¡Así no veo nada! Abre las piernas, Inés.

Ella apoyó la barbilla sobre las rodillas y negó con la cabeza con gesto pícaro.

—Primero quítate el bóxer. Después, ya veremos.

Erik se levantó de la cama y giró la pantalla hasta volver a enfocarla hacia él. Inés hizo un gesto de impaciencia que le arrancó una sonrisa.

—¡Venga! —dijo, demandante—. ¡Con show!

—¿Con show?

—Como si fueras un stripper. ¡Cúrratelo! —ordenó soltando una carcajada. Erik la ignoró y se quitó el bóxer sin demasiada ceremonia. Se irguió en toda su altura, abriendo las manos en señal de obviedad.

—Estás en plena forma —observó Inés, con malicia. Él bajó la vista hasta su erección. Lo que estaba era con un calentón brutal y la cosa no pintaba mal, si ella colaboraba.

—Te toca. Abre las piernas. Vamos.

Ella estiró los brazos hacia atrás y se apoyó en ellos. Muy lentamente, con un movimiento estudiado, comenzó a abrir las rodillas.

—Más —exigió Erik. Gateó sobre la cama hasta posicionarse muy cerca de la pantalla. Inés separó los pies, tan solo unos centímetros. La hendidura violácea de su sexo se entreveía entre las pantorrillas femeninas. Parecía tímida. O tal vez estaba jugando con él.

—Vamos, Inés. Abre las piernas —insistió, con un tono más agresivo. La tenue sonrisa que escapó de sus labios suaves no le pasó desapercibida. Lo hacía de manera premeditada. Lo estaba provocando.

De pronto, abrió las piernas, que abarcaron casi el ancho de su cama. El sexo de Inés se exhibió en la pantalla sin ningún atisbo de vergüenza y la boca se le hizo agua.

Svarte Helvete —gruñó, encerrando su pene en el puño.

—Esto es muy porno —dijo ella entre risas. Seguía apoyada sobre las manos y los pezones erguidos destacaban sobre la piel pálida.

—Esto es mucho mejor que el porno —aseguró él. No sabía por qué, pero los calcetines de algodón, el cobertor de pequeñas flores y los cojines de colores le daban un contraste perfecto al cuerpo desnudo y sensual de Inés—. Quiero que te masturbes.

—Vale. Pero tú también.

No respondió. Comenzó a mover rítmicamente la mano sobre su erección, tendido de lado sobre la cama. Fascinado, miró a Inés recostarse sobre los almohadones y frotar ambas manos sobre sus pechos, para después deslizarlas por sus costados. Al llegar a las caderas, se detuvo y miró la pantalla.

—Vamos. ¡Sigue!

Era una tortura verla así. Inés obedeció y llevó las manos entre sus piernas. Por un momento, perdió el ritmo de la masturbación, al escuchar los pequeños gemidos que lo volvían loco. Con una mano, Inés acariciaba su clítoris con un movimiento suave y circular. Con la otra, tanteaba entre sus labios, hinchados y húmedos.

—Dios, ¡cómo me gustaría que fuera mi boca la que estuviera ahí, en vez de tus manos! —soltó, en una súplica. Ella sonrió, con lascivia, y aumentó el ritmo de las caricias.

—Y a mí… que fueses tú.

Su hablar entrecortado, entre jadeos, lo estaba poniendo a cien. La tensión en sus ingles se hacía insoportable. De pronto, Inés paró y soltó un largo suspiro.

—¿Por qué paras?

No pudo evitar el borde fiero en su tono de voz, pero ella negó con la cabeza y se puso de pie.

—Dame un momento. Voy a buscar una cosa.

—Inés, como me dejes así… juro que… —No fue capaz de articular ninguna amenaza, y la risita divertida de ella al aparecer de nuevo en la imagen, lo cabreó aún más—. ¡Oh!, vale. Vale.

Inés blandió su vibrador, el de color rosa, delante de la pantalla. Erik tragó saliva y no dijo nada.

—Te echo de menos. Y echo de menos… —Se detuvo un instante y lo señaló a él.

—¿Qué? ¿Qué echas de menos? —El movimiento de sus labios y la languidez de su cuerpo, tan real en la imagen de la pantalla, y a la vez tan lejano, estaban haciendo que su paciencia se disolviera.

—Tu polla.

Enarcó las cejas, sorprendido. No era habitual que fuera tan cruda al hablar. La palabra, el tono, la mirada y la expresión de su rostro hicieron que su erección, ya férrea, palpitara encerrada en su mano.

—¿Echas de menos esto? —Comenzó un vaivén perezoso y lento. El ronroneo de Inés arrancó una sonrisa de sus labios—. Vamos. ¿A qué esperas?

Inés encendió el vibrador.

El sonido inconfundible del aparato se interpuso a la música a bajo volumen que se sentía de fondo desde su habitación. Love on the brain, de Rihanna. Era perfecta. Cerró los ojos y fantaseando con el recuerdo de Erik, deslizó la punta del vibrador por su cuello. Lo llevó entre sus pechos y rozó con él sus pezones. Su piel se erizó con el contacto y las imágenes evocadas.

—Así es como lo harías tú, ¿verdad?

Erik no respondió, y ella abrió los ojos para cerciorarse de que seguía ahí. Vaya que si seguía ahí. De rodillas, frente a la pantalla, el torso magnífico en tensión, la mano empuñando su pene, la mirada hambrienta que tan bien conocía.

—Dios, ¡cómo te echo de menos! —exclamó, sin poder esconder cierta desesperación. Solo habían pasado cinco días. Cinco. Tenía la sensación de que habían sido semanas. El cuerpo le dolía por la necesidad de contacto, el sexo se apretaba por la necesidad de sentirlo dentro. Soltó un suspiró y llevó el vibrador entre sus piernas.

—Ah, liten jente —murmuró él, extasiado.

Inés paseó el vibrador por sus labios endulzados, por encima de su clítoris, por su monte de Venus, pero no era lo que necesitaba. Lo introdujo tan solo un par de centímetros y comenzó un lento vaivén. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Lo alternó con movimientos circulares que presionaban el área más sensible de su sexo. Erik soltó un par de palabrotas en noruego y ella perdió el ritmo.

—No pares. Más adentro, Inés.

Latidos de lujuriaElla emitió una risita ahogada. Ni siquiera la distancia ni el filtro que suponía la pantalla del ordenador lo detenían para darle órdenes. No. Todavía no. Llevó la otra mano a sus pezones y los recorrió con un dedo. No era lo mismo, por mucho que tratase de imitar los movimientos de las manos expertas de Erik sobre su cuerpo. Era increíble lo que provocaban en ella.

—Echo de menos tus manos —dijo en un suspiro entrecortado. Cerró los ojos, arqueó el cuerpo, separó un poco más las rodillas e introdujo el vibrador hasta el fondo.

—Ah, kjaereste.

Inés miró la pantalla mientras se masturbaba. Era curioso verse desnuda, hipnotizada por el movimiento rítmico del vibrador que entraba y salía de su sexo, en el pequeño cuadrado de pantalla que la reflejaba a ella. Curioso, no. Morboso, excitante. Y lo era más aún la imagen principal, que mostraba a Erik. Un gruñido ronco atrajo su atención hacia el rostro masculino. Los labios entreabiertos, humedecidos por su lengua, los ojos azules y fieros, la melena rubia, demasiado larga, acariciando la línea de su mandíbula.

Empujó la punta del vibrador hacia adelante, buscando el punto mágico. No era lo mismo, pero era bastante satisfactorio. Por un momento se desconectó de Erik para concentrarse en las oleadas de placer que se iniciaban en el punto más candente de su cuerpo. Sentía acercarse el orgasmo de manera inevitable.

—Inés… ¡Inés! —llamó Erik. Ella protestó. La había distraído y las oleadas se espaciaron, alejando el clímax—. Quiero que me mires mientras te corres. Vamos. Mírame.

Ella engarzó la mirada en la pantalla con sus ojos azules y demandantes. Acomodó el ritmo del vibrador al de su puño. Era demasiado lento.

—Más rápido —rezongó, con un mohín sensual en sus labios. Erik esbozó una sonrisa torcida, pero aumentó la velocidad de la mano sobre su erección.

—Uhmmm… Inés… —No acabó la frase. Los abdominales se marcaban a la perfección en una cuadrícula que a Inés le hizo la boca agua. Ella jadeó. El vibrador zumbaba a máxima potencia ya. Los relieves acariciaban en el lugar justo. Estaba cerca. Muy cerca.

—¡Más rápido, Erik! —demandó con urgencia. Con un gemido entrecortado soltó el vibrador y se pellizcó con fuerza los pezones. La corriente que alimentaba su sexo descargó el latigazo final y se dejó arrastrar por la lujuria. Las contracciones rítmicas de su interior dejaron su cuerpo deshecho en lava caliente, trasformada en una masa informe de piel brillante y sudada, respiraciones jadeantes, y humedad dulzona.

—Qué puto desastre —gruñó Erik.

Inés salió de su nirvana y alzó la cabeza. Se echó a reír, divertida, al ver que Erik también se había corrido y se miraba las manos cubiertas con su semen.

—Qué desperdicio —susurró Inés, pasándose la lengua con lascivia por sus labios hinchados.

—Esto me lo vas a pagar caro —dijo él, también sonriendo, pero dejando entrever el tono amenazador. Inés se mordió los labios y asintió.

—Cuando quieras.

©MimmiKass Todos los derechos reservados.

 

Espero que disfrutéis con este bocadito. La preventa de la novela se iniciará el 17 de noviembre, y el 24 lo tendréis en vuestros dispositivos. No podéis ni imaginar las ganas que tengo de que la tengáis por fin entre las manos. Mil gracias por acompañar a Erik e Inés en este camino. Mil gracias por hacerme crecer como escritora.

Latidos de lujuria…tictac-tictac-tictac.

 

¿Aún no has leído los dos primeros? ¡A qué estás esperando! Aquí tienes los enlaces para que te adentres en el mundo de Inés e Erik. Se meterá bajo tu piel.

 

Radiografía del deseoRadiografía del deseo

Doce mil kilómetros separan los lugares de origen de Erik y de Inés: su crianza, su idiosincrasia, su manera de ser. El deseo y la atracción se hacen inevitables en este choque de titanes y el sexo lo inundará todo, pero ¿podrá surgir algo más?
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Latidos de lujuria: sinopsis

 

Latidos de lujuria está al alcance de los dedos, dentro de unas semanas la tendréis entre las manos. Ha sido una espera larga, lo sé.

Algunos de vosotros conocéis los motivos; la semana pasada, el sábado y el domingo, me presenté a los dos exámenes de Oposición para mi especialidad médica, así que os podéis imaginar que los últimos meses han sido una auténtica locura. Ha valido la pena, he aprobado las dos convocatorias y por fin tengo un poco de tranquilidad.

Hubo un momento, en concreto en septiembre, en que se me vino todo encima: oposición, escritura, máster de sexología, un verano pesadito en cuanto a carga de trabajo y algunas preocupaciones de índole personal.

No suelo rendirme fácilmente, pero supe que había llegado el momento de decir hasta aquí.

Pedí una prórroga en el máster.

Aparqué casi todo lo relacionado con la escritura.

Disminuí de manera drástica mi presencia en redes sociales

Y me centré en estudiar la oposición.

La primera decisión fue muy acertada, y ahora puedo dedicarle plena atención a estudiar en profundidad algo que me encanta, como es la sexología, no hay mucho que decir. La última no admite ningún tipo de cuestionamiento.

Aparcar casi todo lo relacionado con la escritura me permitió adquirir cierta perspectiva respecto a algunas cosas que me han ocurrido este año: encontrarme con alguna que otra lectora un poco tóxica y con alguna que otra escritora un mucho caradura; enfrentarme a algunos rumores estúpidos y otros malintencionados, y darme cuenta de lo dificilísimo que es mantenerse en primera línea si dejas de moverte un segundo.

En cierto modo, el mundo de la escritura es como un estanque de tiburones. El que deja de nadar, se hunde.

Esto va muy unido al tema de las redes sociales; viendo cómo se desplomaba mi índice de Klout y seguidoras aparentemente fieles se volvían hacia otras escritoras más activas, tomé una decisión.

Lo imprescindible es escribir. El resto es importante, pero secundario. Si algún día no actualizo el Instagram, nadie se dará cuenta, no pasa nada. Si no tuiteo mi aperitivo o mi segundo café de la mañana, no se cae el mundo. Y lo más importante, me debo a quienes me leen y disfrutan. No a quienes intoxican con su actitud. Las personas que nos lastran son muy pocas, de manera que eliminarlas de nuestro ambiente es siempre beneficioso. El resto compone una comunidad maravillosa que tiene mucho que ofrecer, de la que aprendo cada día y que me aporta carcajadas y amistad. Y esto no solo concierne a la escritura, hablo de la vida en general.

Ahora que os tengo bostezando…¡vamos a lo importante!

Latidos de lujuria

 

He reído, he llorado, he gozado en cuerpo y alma con las escenas entre Inés y Erik. Se cierra un ciclo y me da una pena tremenda, pero creo que la novela estará a la altura de las expectativas y que de verdad la disfrutaréis.

Inés ha sido especialmente salvaje y díscola en esta parte de la historia, y se ha rebelado por completo contra la escaleta que tenía pensada para ella, pero el resultado ha sido un crecimiento del personaje brutal.

Y Erik…¡Ay, Erik! ¿Qué decir del vikingo? Hemos escarbado esa gruesa placa de hielo que lo recubría hasta dar con un mar de lava y descubrir su corazón.

No os entretengo más, aquí tenéis la sinopsis.

 

《Valiente es quien dice la verdad, aun sabiendo que puede perderlo todo》.

El viaje a Noruega significa un antes y un después en la relación entre Erik e Inés. Juntos definen los nuevos términos para desatar la pasión y sumergirse en un mundo de experimentación y placer. Pero la vida los enfrentará con obstáculos inesperados que pondrán en peligro todo lo que han construido.

¿Seran capaces, pese a las adversidades, de vivir su particular definición del amor?

Por fin llega el desenlace de la sensual trilogía En cuerpo y alma. Los paisajes de Chile y Noruega sirven de fondo para un relato cargado de un erotismo no convencional, un amor voluntario y consciente y unos protagonistas inolvidables.

Una historia que se meterá bajo tu piel.

 

En breve saldrá en preventa, y lo tendréis en vuestros dispositivos a los pocos días, no os haré sufrir demasiado esta vez. Afinaré un poco más la próxima semana, cuando comparta el primer capítulo, porque los mundos de Amazon son impredecibles y siempre pasa algo.

Mientras, seguid el hashtag #latidos o #latidosdelujuria para ver algunas imágenes o conocer algunos bocaditos. Estoy que muerdo por soltar cositas, y tendréis un montón de pistas sobre lo que encerrará el libro (prometo no hacer autospoiler, aunque me cueste).

Aún no puedo creerlo. Es una sensación agridulce, pero valdrá la pena. Estoy segura.

Te invito a que leas el primer capítulo de Latidos de lujuria, Una experiencia diferente, ya disponible en el blog. La novela saldrá en preventa el 17 de noviembre y el 24 de noviembre se descargará en vuestros dispositivos.

¿Todavía no has leído Radiografía del deseo y Diagnóstico del placer? ¡No esperes más! Aquí te dejo los enlaces en Amazon (También en Kindle Unlimited).

 

 

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