Viajar es vivir

Viajar es vivir es el primer capítulo de La mujer fetiche. Hay muchas maneras de conocer nuevos lugares, sensaciones y placeres, y Martín es el guía perfecto para llevarte de la mano en este periplo sensual. Espero que disfrutes con la continuación del camino de descubrimiento de Carolina, que esta vez nos llevará muy lejos, en lo metafórico y en lo literal. Te doy la bienvenida a esta historia de desnudos de cuerpo y de alma, en las que se exponen la piel, los anhelos y los errores.

Si no has leído El hombre fetichista, te recomiendo que leas primero cómo empezó todo.

Espero que lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo al escribirlo.

Feliz viaje, feliz deseo, feliz placer…

 

Viajar es vivir

 

 

Carolina se estremeció de placer, sentada en la cómoda butaca de la sala de juntas. Ainara, la socia fundadora de la empresa que más admiraba su trabajo, con la que estaba forjando una férrea amistad, le había soplado que en aquella reunión anunciarían su contratación indefinida. Sonrió y le guiñó un ojo desde el otro lado de la mesa.

Había creído que tendría que defender su trabajo durante todo el año siguiente, y estaba a punto de formar parte de CreaTech.

Todos estaban allí. La directiva de la empresa y los socios mayoritarios, quince personas en total. Óscar presidia la cabecera francesa de la enorme mesa ovalada.

Muy bien, un poco de orden —dijo tras unos minutos de conversaciones livianas que se entrelazaban—. Habéis pedido esta reunión para votar la incorporación de Carolina Bauer al equipo permanente de CreaTech.

¡Se lo merece! —dijo Ainara con entusiasmo—. Gracias a ella, el proyecto de la viña ha sido un bombazo. ¡Y el del hotel!

No pudo evitar ruborizarse al escuchar a sus compañeros ensalzar sus aparentes virtudes, pero Óscar volvió a reclamar su atención. Cuando se hizo silencio de nuevo, se dirigió a ella con una mirada algo fría.

Carolina, el procedimiento es sencillo. Todos los que estamos aquí tenemos derecho a voto, pero no todos los votos valen lo mismo. —Señaló a los compañeros que trabajaban con ella mano a mano—. La directiva de CreaTech nos da sus sensaciones en el trabajo con los candidatos y expone las razones por las que debería quedarse. Los socios… —Volvió los ojos a las cinco personas que se sentaban a su lado, dos hombres y dos mujeres a los que no veía casi nunca, y Ainara—, tenemos la última palabra, ya que somos los que arriesgamos el prestigio de la empresa y el capital. ¿Alguna pregunta?

Negó con la cabeza, algo extrañada de todo el protocolo y de la frialdad que mostraba Óscar al hablar.

Perfecto. Votemos.

La sonrisa de Carolina se fue ensanchando a medida que se acumulaban los votos a favor. Cuando tocó el turno de los socios, cerraron filas en torno a la decisión de quererla en su equipo definitivo. Solo quedaba Óscar.

Yo voto que no —dijo con firmeza.

La sonrisa de Carolina se rompió en su rostro.

Un silencio cortante se apoderó de la sala y  Óscar se levantó de la silla para defender su postura.

—La empresa está en pleno proceso de expansión, es importante ajustar el presupuesto.

No podemos permitirnos el lujo de perder a una persona con su formación y talento —comentó uno de los socios mientras pasaba las hojas del currículo de Carolina, que todos tenían delante sobre la mesa.

Hay buenos diseñadores independientes trabajando para nosotros —Óscar cambió su estrategia al no poder rebatir aquel argumento de manera contundente.

¡Pero ninguno pertenece a CreaTech! —dijo Ainara, interrumpiendo su disertación.

Carolina cuenta con un contrato anual más que suculento. Veamos cómo van los números de la empresa pasado ese periodo y volveremos a someterlo a votación el año que viene. —Se apoyó en el respaldo de la butaca y lanzó una mirada circular con aquellos ojos celestes y fríos—. Mi voto cuenta doble, que para algo soy el jefe.

Un murmullo apagado se levantó entre todos los asistentes, que hablaban en parejas mientras Carolina, excluida, se sentía como un maldito insecto al que había que diseccionar. No podía decir nada. Ella no tenía voto y sabía perfectamente que tampoco tenía voz. No tenía por qué vender ahora sus capacidades, las había demostrado de sobra en aquellos mees que llevaba trabajando para CreaTech. Se cruzó de brazos y, con una sonrisa desafiante casi imperceptible, esperó el veredicto. Ainara se levantó también y enfrentó a Óscar frente a toda la mesa.

Sí, tu voto vale doble porque eres el jefe. Pero es que nosotros somos cinco, y no te salen los cálculos: cinco le ganan a dos. Carolina… —Se volvió hacia a ella con una sonrisa reafirmadora—, bienvenida a CreaTech. Eres nuestra nueva Diseñadora Creativa.

Una salva de aplausos, silbidos y enhorabuenas llenaron la sala y desplazaron el silencio incómodo. Óscar permaneció en segundo plano con cara de póquer mientras Ainara tomaba las riendas de las felicitaciones con Carolina abrazada por los hombros. Seguía algo mustia por el hecho de que el jefe no la validase frente a los suyos, pero daba igual. Estaba dentro. Se cumplía el sueño que había perseguido desde que se licenció en la universidad.

Venga, ¡a trabajar todos! —dijo Óscar con cierta irritación.

Carolina sabía que le tocaba acercarse a él y darle las gracias, pero se puso a sí misma como excusa el trabajo para no pararse a hablar con él. Abrazó a Ainara con fuerza, se despidió de todos, y volvió a su despacho a coger el abrigo y su bolso. Salió del edificio con una sensación de triunfo amargo.

 

Le apetecía el plan de ver por fin a Martín, aunque llevaba unos días con cierta sensación de malestar soterrado.

Se ciñó el abrigo en torno al cuello, hacía mucho frío. Caían las hojas de los árboles del Paseo del Prado a mayor velocidad de la que los jardineros del Ayuntamiento las recogían y Carolina arrastró los pies entre ellas con una sonrisa, evocando recuerdos de su infancia. Tenía muchos motivos para sonreír. La inauguración del Hotel Boutique había sido un enorme éxito, su contrato de un año cambiaba por uno indefinido y se sentía como pez en el agua en Madrid.

Se preguntó qué era lo que le faltaba.

Su relación con Martín parecía ir viento en popa: se veían uno de cada dos viernes, aquellos en los que su hija no estaba con él, y alguna vez también entre semana. Habían follado como locos desde aquel polvo desquiciado en los bajos de Argüelles y no podía estar más satisfecha en ese sentido. Pero algo faltaba. Y ni siquiera podía planteárselo a él, porque no sabría por dónde empezar.

Vienes congelada —dijo Martín al posar los labios carnosos en su mejilla tras abrirle la puerta—. Ven aquí.

Se abrazaron con el hambre de no haberse tocado en dos semanas. El almuerzo vainilla compartido aquel miércoles no contaba, tan solo intercambiaron un beso rápido, después de comer igual de rápido, en un local de comida rápida, porque los dos tenían prisa y tenían que volver a trabajar. Ahora se besaron con pasión, con deleite, dejándose caer en los labios del otro.

¿Todo bien en el trabajo? —preguntó Carolina una vez recuperado el aliento.

Todo bien.

Martín no elaboró. Ella no siguió preguntando. La fragancia amaderada de un incienso se percibía en el aire y la distrajo de su ánimo melancólico. Las manos masculinas sobre sus hombros para ayudarla a despojarse del abrigo lo hicieron también. Estaban calientes y dejó caer el rostro sobre el dorso de una de ellas. Suspiró.

¿Cansada?

Es el otoño. Me apaga —confesó Carolina. Era cierto. El frío y el gris la deprimían, y aunque en Madrid no era tan duro como en Asturias, echaba de menos las montañas y el mar.

Te daré un masaje, tienes la espalda agarrotada de lo tensa que estás. Vamos.

Se dejó llevar hasta la ya conocida habitación, hoy en penumbra. El aroma a sándalo era aún más fuerte allí y reparó en dos velas, chatas y gruesas, que humeaban con una delicada voluta blanca en sendos vasos de cristal. Una música oriental y desconocida sonaba de fondo.

¿Qué suena? Es bonito. Exótico —dijo mientras Martín desabrochaba con calma los botones de su vestido negro. Su cuerpo comenzaba a construir la excitación con el conocido hormigueo que se iniciaba en sus pezones.

Es una joya de la música árabe. Abdel Karim Ensemble.

Carolina se dio la vuelta, sorprendida por el cambio súbito en el acento. Las palabras generaron en ella ilusión de que las había pronunciado otra persona.

¿Sabes hablar árabe?

Viajo continuamente a Dubái y Emiratos por trabajo. Algo acabas aprendiendo. Pero basta ya de hablar.

El vestido cayó al suelo y Carolina lanzó un desafío a su mirada. Un bodi de encaje, repujado como la canción que sonaba por el equipo de alta fidelidad, envolvía su figura. Sin sujetador. Y sin bragas. Sonrió al ver que la carnada obraba su efecto. Martín se alejó unos pasos hacia atrás y escondió la sonrisa tras los dedos con la lascivia brillando en sus ojos. Ella llevó las manos hasta su cuello y alimentó la corriente de calor acariciándose los pechos, la cintura y terminando en el sexo cubierto de tela.

¿Puedo quedármelo?

Martín deslizó los tirantes por los hombros y retiró la prenda con delicadeza, arrodillado frente a ella. Cuando descubrió su monte de Venus, depositó un beso húmedo sobre él, seguido de una pequeña succión. Carolina jadeó y se apoyó en sus hombros, anhelando que su boca se adentrara en el hueco entre sus piernas, pero él se incorporó.

No me has contestado. Túmbate en la cama boca abajo.

Gateó sobre la cama y arqueó la espalda al volverse, separando las rodillas con descaro para exponer su sexo.

Menos mal que nos vemos poco. Cada vez que estamos juntos, mis piezas de lencería disminuyen de manera preocupante. —Era cierto. Martín le había regalado varios conjuntos, pero también mostraba una fijación insistente en quedarse con sus bragas usadas, y Carolina volvía a casa empapada y sin ropa interior—. No me estoy quejando —se apresuró a añadir al notar su silencio tenso—, puedes quedártelo. Me lo he puesto para ti.

Tiéndete en la cama, Carolina.

Obedeció, algo molesta al ver que él no se hacía cargo del tema que dejaba entre líneas. La tensión en el interior de su cuerpo se hacía insoportable, pero el tacto cálido de la tela sobre la que yacía la intrigó, y la acarició con los dedos. Era densa y tupida, lana de una suavidad que jamás había tocado, de un color rojizo que hablaba de especias y viajes lejanos. Su enojo volvió a disiparse al saber que Martín la llevaría muy lejos aquella noche.

No tardó en sentir sus manos sobre la espalda. Se había desnudado y estiró los dedos hacia el interior de sus muslos, pero él la apartó con gentileza.

Quieta. Es mejor que estés en una postura neutral y relajada. —Se inclinó hasta placarla con el peso de su torso contra la cama y susurró junto a su oreja—. No me obligues a atarte.

Carolina jadeó. Empleó cada célula de su cuerpo y cada gota de su voluntad en cumplir la orden. El hecho de que fuese la fuerza de su voz la que la inmovilizaba, y no las cuerdas, elevó su excitación. Se estremeció sobre la cama, su respiración comenzaba a acelerarse ante el presagio de que el viaje sería sublime.

No te asustes, sé que está caliente, pero no te quemarás.

No alcanzó a procesar las palabras cuando emitió un siseo de dolor. Martín había rociado su espalda con la cera derretida de la vela de sándalo, pero la sensación se diluyó en placer al mismo tiempo que el aceite se extendía por su piel. Las manos fuertes de Martín presionaron hacia arriba desde la cintura, volviendo a evocar dolor en los músculos agarrotados. Pero la piel estaba más sensible debido al calor y al efecto del aceite, y el placer se multiplicó, desplazando de nuevo la molestia. Jadeó cuando los pulgares se hundieron en su nuca y gimió de desilusión cuando las manos la abandonaron, pero Martín repitió el movimiento con precisión.

En oleadas, el dolor y el placer lamieron su espalda hasta hacerla entrar en trance. El aroma del incienso embotaba sus sentidos, solapándolos unos con otros en oscuras sinestesias. La música sensual contribuía a su estado de hipnosis. Su alerta se desperezó al notar que sus manos ascendían más allá de los hombros y recorrían sus brazos y antebrazos. Cuando llegó a las manos, el cuerpo caliente de Martín la cubrió casi por completo y volvió  gemir cuando se apartó.

Relájate, Carolina. Absorbe el placer. No tengas prisa. —Escuchó su voz grave muy lejos, mezclada con las notas sensuales del laúd árabe—. Queda mucho por viajar.

Asintió, y permaneció quieta mientas él se sentaba sobre sus muslos. Quiso sonreír, porque estaba desnudo, pero ahora el masaje incluía sus nalgas y Carolina reprimió un grito. Los pulgares se encontraban justo sobre su ano, sus palmas se abrían cubriendo la envergadura de su trasero, ascendían con una presión firme por su espalda y los brazos, para terminar entrelazando los dedos con los suyos en una caricia final. La abandonaba. Comenzaba de nuevo. Infatigable, amasaba su cuerpo y ella ya no era cuerpo, era arcilla. Solo interrumpía la cadencia de su ritual cuando la rociaba de nuevo con aceite caliente.

Con cada secuencia, sus pulgares se aventuraban un poco más en el interior de su ano. Y las manos, al ascender, apartaban sus glúteos abriendo los orificios más ocultos de su ser. Cuando la penetró, estaba preparada para recibirlo sin cuestionamientos. No utilizó embestidas. Onduló su cuerpo sobre ella con lentitud enloquecedora sin alejar demasiado la pelvis de su trasero, mientras su pene, enterrado hasta al fondo en ella, entraba y salía con  el movimiento sutil añadiendo lava y fuego a su interior. El aliento exhalado sobre su cuello marcaba el gemido que Carolina emitía, y cuando la mordió con un gruñido al llegar al orgasmo, capituló. El único movimiento que percibió fueron las contracciones rítmicas de su sexo. Martín, derrumbado sobre ella, la envolvió con su cuerpo unos minutos, que le permitieron volver del Nirvana a la realidad en un tránsito suave.

No… —murmuró cuando Martín abandonó su interior. Él emitió una risa suave al incorporarse y se deshizo del condón.

Queda todavía la mitad de la sesión, ¿o quieres detenerla aquí?

Martín estudió el cuerpo lánguido de Carolina. Su piel marfil brillaba con reflejos dorados por el aceite y la luz de las velas, y apoyó la mano en una de sus caderas para ayudarla a girarse sobre la cama.

Quiero tocarte —dijo ella, casi sin separar los labios.

—Aún queda mucho para eso. Esta es la mejor parte, Carolina. Eleva los brazos.

Frunció la boca en un mohín infantil de disgusto, pero obedeció. Martín sonrió ante el pequeño triunfo y cogió otra de las velas. Esta vez, dibujó con el chorro caliente una línea desde el encuentro de sus clavículas hasta su sexo. El gemido ahogado de Carolina disparó su excitación. Era difícil contenerse al ver cómo se retorcía sobre la cama, pero apeló de nuevo a su autocontrol. En una réplica perfecta del masaje sobre su espalda, comenzó a masajearla desde las caderas hasta justo debajo de sus pechos. Con los pulgares presionando el ombligo y las palmas abiertas sobre su bajo abdomen, sus manos abarcaron la cintura estrecha trazando la bisectriz de su cuerpo, sobre el resalte del arco de sus costillas, hasta llegar a las redondeces. Retiró las manos y comenzó de nuevo.

Esta tortura debería estar prohibida —dijo Carolina con la voz ronca—. Me muero porque me toques las tetas o el coño y tú no haces más que evitarlos.

Martín alzó una de las comisuras de sus labios, pero no se dejó llevar. Sabía que lo estaba provocando. Buscaba precipitar los acontecimientos. Pero el ritual tenía sus pasos y él era un hombre metódico. Continuó el masaje que evitaba sus zonas más erógenas hasta que ella se perdió de nuevo en el placer y en el sopor.

Cabalgó sobre sus muslos y se sorprendió al ver que su erección pulsaba, despertando de su letargo. Con ella nunca se sentía hastiado, y el deseo lo espoleaba con una urgencia que hacía mucho tiempo que no lograba experimentar. Con delicadeza, apoyó los pulgares justo sobre su clítoris y ella pegó un respingo. Sus palmas cubrían ahora el inicio de sus muslos y ascendió. Esta vez no se detuvo y las palmas aplastaron sus pechos, deslizándose con suavidad por encima de los pezones. Ella gimió.

Más, Martín. Por favor —rogó.

Repitió el movimiento. Una. Otra. Y otra vez. Carolina elevaba sus caderas cada vez que los pulgares presionaban las alas de su pubis y arqueaba la espalda para aumentar el contacto cuando las manos cubrían sus pechos. Estaba cada vez más cerca de un nuevo clímax. Martín estudió el núcleo violáceo, hinchado y vibrante, y sucumbió a la tentación. Fijó las caderas de Carolina con las manos contra la cama y posó sus labios en torno al clítoris. Y succionó. Los gritos de Carolina al dejarse caer fueron el mejor de los premios, pero esto solo había sido un pequeño adelanto. Una merecida improvisación. Juntó las plantas de sus pies sin detenerse, por una vez, en adorarlos, y abrió sus rodillas hasta trazar la figura de la diosa tumbada, Supta Baddha Konasana. Los pliegues de su sexo, empapados de su esencia y el aceite se abrieron y Martín gruñó.

Fóllame, Martín —suplicaba Carolina, arqueando la espalda. Él, de nuevo, se contuvo ante la orden. Su polla vibraba ante la invitación de su interior, pero solo posó las manos, dibujando un rombo con los pulgares e índices, marcando el espacio de su rendición.

El masaje se circunscribió al sexo de Carolina, que ronroneaba como un gato mimoso. Las yemas de los dedos recorrían los labios mayores, los menores y el arco del hueso púbico en el exterior. Cuando introdujo los dedos y describió círculos lentos en la primera porción de su entrada, Carolina volvió a correrse y Martín ya no aguantó. Cubrió su miembro enrabietado con otro condón y se enterró en su coño, esta vez con fiereza, y ella se abrazó a su cuerpo con brazos y piernas con desesperación. El aceite y el sudor lubricaban sus roces violentos, las bocas batallaban con una marea de saliva, dientes y lenguas. Con sus cuerpos en un nudo ciego, no tardaron en volver a caer.

La música había cesado, las velas estaban apagadas, y la noche hacía horas que había caído sobre Madrid. Pero Carolina estaba en Arabia, o quizá en Persia, a miles de kilómetros y decenas de siglos de allí.

La mujer fetiche, portada y sinopsis. El viaje continúa.

Mimmi Kass©

 

Javiera Hurtado Escrito por:

Cazadora de sensaciones. Médico y escritora. Viajera infatigable. Romántica y erótica. Ganadora del XII Premio Terciopelo de Novela.

2 comentarios

  1. 13 junio, 2018
    Responder

    Ohhh! Quiero, no, no, no… espera, necesito más!!

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